Mal está la ciudad cuando una de las propuestas político-urbanística más atractiva que se han enarbolado en los últimos tiempos es un derribo. Hace tiempo que la piqueta debería ser un agente político de importancia en Málaga. El PSOE quiere echar abajo el Astoria, que fue un cine y ahora es un fétido muladar sin mulas, un solazar de ratas, un infecto tocho varado que afea y que pese a evocar recuerdos palomiteros y cinematográficos, recuerdos de niñez y tardes felices de domingo, ve uno ahora como un estorbo para lograr un espacio abierto. No un «espacio abierto para los ciudadanos» como dicen los cursis (¿si no es para los ciudadanos que va a ser para los astrolabios?) y sí una gran plaza que una la Merced y Alcazabilla y que desacogote la zona. Ya en su tiempo también IU abogó por esta idea de una forma valiente, cuando aún los medios comprábamos el rollo patatero (o de celuloide) ese de que ahí iba a emplazarse un centro cultural, un equipamiento o una de esas emprendedurías que en lugar de facilitar ideas a los jóvenes facilita humo.

El Astoria es la historia de un despropósito. De un despilfarro también. Un torpón monumento al burocrateo y la desidia. Un asco, una cochambre. El Ayuntamiento lo compró en 2010 por más de veinte millones de euros, veinte. Un año antes de la firma de la compra, el alcalde, Francisco de la Torre, anunció en un debate sobre el estado de la ciudad (o sea, una promesa) que el inmueble tendría un uso cultural y pasaría a ser un equipamiento de primera magnitud. Todo muy peliculero, como no podría ser de otra manera tratándose de un cine. Con esto del Astoria podríamos tener una polémica inversa a la de La Mundial. Ésta sólo quiere tirarla la derecha. El Astoria quizá podría ser sólo defendido por el PP. De la Torre no tiene mayoría aunque a veces no se entere. Así que podríamos estar ante un nuevo asunto que propicie extrañas alianzas o naturales alianzas o directamente que se haga lo que quiera Ciudadanos, que también pasa mucho en esta ciudad.

Por el Astoria se interesó un grupo alemán para instalar una suerte de elitista academia musical. El PSOE apuntó en su día hacia su conversión en un centro audiovisual, el PP llegó a hablar de un museo de museos. Pero nada. El astoriazo, dejar pudrir un problema, se afianza como gran fórmula de gestión. No hay más que ver a Rajoy. La última película exhibida, 2004, ya con más pulgas que espectadores fue una de Woody Allen. Es sólo un dato. No espere el paciente lector que ahora vayamos a fabular sobre el guión que el neoyorkino haría a propósito de un cine que exhibe una película por última vez y esa película resulta ser suya. Lo mismo le componía con el clarinete ese que toca una banda sonora melancólica a dicho momento, que podría ilustrarse con imágenes de un triste y sesentón taquillero, impoluto de indumentaria, vencido empero, y lloroso y congestionado de cara. Espantando moscas.