El ser humano desea aquello que no tiene. El verano perpetuo en que esta climatología ha convertido nuestras cuatro estaciones provoca ansias por paisajes nevados y pistas de patinaje artístico sobre cuchillas y hielo. Por mor de estas quimeras blancas que afectan a nuestro alcalde y a otros responsables de urbanismo, algún inconsciente ha tapizado las calles nobles del Centro de Málaga con mármoles en forma de cauces y otros pavimentos nada aptos para el paseo sobre ellos. Hace pocos días me golpeé el cócix y, desde entonces, sólo maldigo a cada minuto a quien haya provocado esa combinación de solería para el patinaje, junto con los riegos nocturnos de LIMASA que ni avisan de la peligrosidad, ni restringen el paso por esas calles y de los que estoy seguro de que usan algún producto jabonoso disuelto en el agua, con el fin de animar el sector de la traumatología clínica en Málaga.

Como malagueño ya estoy acostumbrado a esas ciertas humillaciones con que las autoridades de nuestro consistorio adornan mi malacitano destino. El pasado jueves a la una de la mañana, la Plaza de la Constitución parecía una jaula de pingüinos o el punto de entrenamiento para el Circo del Sol. Los peatones, apenas cruzaban el límite con calle Granada, trasuntos de Gregor Samsa, extendían sus brazos en cruz y animalizaban el paso sobre aquel extenso charco vomitado desde sus mangueras por los operarios de limpieza sin mayor aviso a la ciudadanía que la propia intuición. En Málaga nunca llueve, pero quienes pavimentaron el Centro y, de paso, incrementaron los beneficios de algún representante y fábrica del ramo, jamás pensaron en que en Málaga se anda y se callejea, mucho y a deshoras. He visto resbalones a pie de la bandera dignos de película bélica cuando apenas ha comenzado una llovizna. Sucedió lo de mi culazo al tiempo en que yo avisaba a un grupo de extranjeros de que aquellas losas alicataban una trampa. Me vi en el suelo de espaldas y sin saber ni cómo había sucedido.

No soy ciudadano de un país donde una denuncia de tal accidente, del que estoy seguro se producirá casi a diario, signifique quebraderos de cabeza e incluso de finanzas, salvo a mí mismo. Ni he acudido al médico siquiera dado que los dolores del hueso cóxis igualan a los del amor, los cura el tiempo. Pero soy hijo de una cultura donde la magia está presente entre el bullir de horas. Si habitara un lugar civilizado, llevaría el caso ante un juez que habría provocado la dimisión del responsable de esos riegos al paso, o del de los pavimentos o de ambos a la vez. Reescribo, si viviera en un lugar civilizado, este accidente no se habría producido. Como vivo en Málaga, me quedan las aproximaciones al vudú autóctono. Ruego que algún político de los influyentes sufra tales consecuencias de sus actos, tal y como otras veces he implorado a las fuerzas oscuras que algún ingeniero de los inventan abrefáciles se quede varado en una isla desierta donde la única comida se halle cerrada con ese ingenio. Ahora quemaré algo, invocaré demonios por sus nombres de películas y gritaré sonidos en latín que suenen guturales. Así sea.

La literatura que desaconseja la visita a ciudades es amplia. Así a bote pronto, este que no puedo ejecutar por mi dolencia, me llegan al recuerdo, Roma peligro para caminantes de Alberti, o No cruces Central Park de noche de Octavio Paz. Sugiero como título, Málaga, decorado para el dolor, a lo Cocteau. Hay que ser un Cristo para andar sobre las aguas de la noche malagueña. La ciudad se ha convertido en tan escenario que sólo falta la tramoya que baje la luna. Calles dibujadas para cruceristas y demás clientela de franquicias. Espero que algún cabezón municipal deje su rabadilla, codo o tobillo sobre ese peligro que contribuyó a crear, con el único fin de que cambien esas baldosas por el bien de toda la ciudadanía. Nuevo quebranto para las arcas públicas a causa de la poca relumbre mental, u oscuros intereses, de quienes permitimos que nos gobiernen.

*José Luis González Vera es profesor y escritor