Se levanta uno a las 7.30 (ayer) y por la gran pantalla de la ventana de la cocina ve, hacia el Este, una cenefa anaranjada que anuncia al sol, encima una masa blanquecina, y, más arriba, el azul, que ocupa también todo el inmenso fondo Sur sobre la montaña en cuya falda titilan las luces de una aldea, mientras a partir de ahí el cielo, sostenido sólo por una brillante chincheta (Venus, creo), se va oscureciendo camino del Oeste, todavía en semipenumbra, donde toma un color de agua sucia. Bien, normal, pero sucede que toda la escena está cruzada en oblicuo, de Oeste a Este, partiéndola en dos mitades de idéntico tamaño (triangulares, al ser la ventana-pantalla un cuadrado), por la delgada y luminosa franja blanca que ha dejado un reactor. Luego pasa uno a la pequeña pantalla del móvil y se topa primero con el balance del 2º debate Clinton-Trump y luego con el debate en el PSOE.