Hay gentes tan atiborradas de sentido común que no les queda ni un rincón para el sentido propio. Lo dijo Unamuno. Y, dependiendo del color del cristal con que miremos su afirmación -que diría Ortega-, apreciaremos o no apreciaremos razón en don Miguel. Si lo hacemos atendiendo al adocenamiento con que se mueve la sociedad moderna, Unamuno tenía razón, como tantas veces. Pero, curiosamente, si lo hacemos fijándonos en la tiramira que se produce a la entrada de la Audiencia Nacional últimamente, don Miguel estaría errado. Los veceros que estos días aguardan turno de entrada a la Audiencia Nacional verifican lo contrario, o sea, que hay gentes tan repletas de sentido propio que nos les queda resquicio para el sentido común, especialmente cuando lo que entra o deja de entrar por el resquicio son euros en estado puro o euros disfrazados de tarjetas negras, como la mala conciencia.

También es curioso cómo mensajes aparentemente universales terminan muertos por aplastamiento de sí mismos. Valga un ejemplo inocente: ¿quién tendrá razón, nuestro Gobierno en funciones cuando acude al mantra de la jindama y la prisa so pretexto de que un país sin Gobierno es cosa mala, o la finísima pluma de Paul Valery cuando, como idea universal, expresó aquello de que todo lo que se hace fácilmente, se hace sin nosotros...? A fuer de sincero, a mí no se me apetece nada desmentir al Gobierno, ni tampoco a Monsieur Valery, Dios me libre, pero el ejemplo habido en Bélgica hace unos años y las cifras in crescendo habidas en España durante los últimos meses, en sí mismas, dicen poco a favor de algunos mantras y mucho a favor de algunas ideas... Pero que no cunda el pánico en el ambiente. La historia termina explicándolo todo, hasta lo inexplicable... Una buena ensalada de palabras a posteriori, y listo. Tutto a posto!

Si fuera vasco gritaría ¡las palabras son la hostia, Nacho...! Pero como no lo soy me limito a expresar, simplemente, que son un condimento útil para las ensaladas que sacian las hambres de comprender del respetable. Al respetable nos bastan unos pocos adverbios, nombres, verbos, adjetivos, pronombres... mezclados entre sí y aderezados con algún palabro biensonante para saciarnos. Y si la ensalada de perorata viene regada con un buen tinto a la salida del evento-comecocos, mejor que mejor. El respetable somos una masa informe facilona. Si el fondo suena moderno, basta con que el dicente controle la eufonía, el tono y el tempo, y todos contentos...

Lo expresado sobre la ensalada de perorata vale para todas las tarimas y los atriles, incluidos los turísticos. Y si antes me refería a la curiosidad de los falsos mensajes universales que mueren por aplastamiento de sí mismos, ahora me refiero a otra curiosidad: la de los escenarios, proscenios, estrados, tribunas..., que afectan a sus ilustres usuarios de forma inversamente proporcional a la salud de sus egos. Es decir, a menor salud del ego discursante, mayor afectación. La explicación a esta curiosidad la dio Séneca, que afirmaba que solo los egos pequeños crecen en función de la altura de la tarima. Rotundo el cordobés Lucius Anneus, que vino a decir que son los egos menos saludables los que se pretenden más pavos reales ante la audiencia. Pobres egos y pobres criaturitas de Dios, qué mal lo deben pasar cuando sus pies solo alcancen a auparlos hasta el suelo...

La industria turística siempre ofreció cancha ancha a la modernez trabalenguas de los egos más protagónicos. En turismo pocos son los menús del día sin ensalada de perorata turística, compuesta más o menos siempre por los mismos ingredientes palabristas. A saber:

Como novedad y como premisa universal incentivaremos las medidas que implementen un sistema ágil adaptado a los indicadores dinámicos venideros que prevean los impactos mercadotécnicos en el escenario del consumidor-turista que nos ayuden a reinventar las iniciativas capaces de intervenir con éxito en los escenarios de distribución que delimiten las cambiantes fronteras entre los productos, segmentos y subsegmentos que conformarán el orbe universal de la demanda turística venidera.

Y los escuchantes, embobados como no es posible más, cada vez exclamamos:

-¡Oh, lo nunca visto de innovación turística...! -excepto cuando el perorante se olvida de sazonar la ensalada con unas poquitas comas, que los oyentes perdemos el huelgo cerebral y nos desmayamos asfixiados por anoxia auditiva.

Y nos perdemos el tinto, claro...