Salvo que usted sea nacionalista periférico y tenga un desmedido amor al trabajo, hoy es fiesta. Que tengamos algo o nada que celebrar debe ser cosa íntima, si acaso que expresen emoción los que acudan a desfiles militares, que por cierto y con independencia de lo que uno sienta al ver un uniforme son un espectáculo plástico interesante. A veces incluso es saludable fantasear rediseñando mentalmente los uniformes y gorros, casacas o pantalones, borlas y medallas. Es fiesta pues, buen día para leer El derecho a la pereza de Paul Lafargue, para repasar una antología de Blas de Otero, por mucho que algunos de sus versos nos pongan meditabundos («escribir es viento fugitivo, y publicar, columna arrinconada»). O para catar cualquier buen libro luego de un despertar tardío, un distraído garbeo por las redes sociales y la prensa y un café vigorizante. «Claro que el café es un veneno lento, hace cuarenta años que lo bebo», nos dejó dicho Voltaire. Como es fiesta, uno puede después, tras quizás un beso en el pasillo a quien se tenga más a mano, volver a la cama, cuyas sábanas ya tenemos bien adiestradas para que no protesten si el roce con ellas continúa más allá de las once de la mañana. Fiesta. Alguien puede pronunciar una frase sugerente tipo, preparemos un arroz o comamos en un chiringuito, voy a pedir sushi o me apetece un albariño en el paseo marítimo.

Siempre nos ha parecido que paseo marítimo es un término que resta lirismo a un artículo, pero el vino merece la pena y también merece el ir avanzando en este escrito, perpetrado a deshora. Las tardes libres son un territorio casi desconocido para los que trabajamos en cosas un poco anacrónicas, así que cualquier actividad es bienvenida. La contemplación de documentales o un caminar por el barrio durante el que pensemos aforismos. Por ejemplo este: la mejor droga es la erudición.

También podemos limpiar mejillones, telefonear a un viejo amigo, ir al cine a ver la de Paesa, organizar una reunión familiar por el puro placer de después no ir, inventar insultos o acudir a un supermercado de guardia, que hasta eso nos parece un chachi plan de puro infrecuente. Saldremos luego a la calle ya otoñal. Tal vez abrumados de ejercer el libre albedrío. Un día.