En política hay una norma que en España -idealista o inconsecuente- tiende a olvidarse. Cuando no hay más remedio que tomar una decisión, no sólo hay que ejecutarla sino argumentarla y defenderla. Sin complejos.

Quizás la principal causa de los males -y la histeria- que arrastra el PSOE viene de no haber defendido las medidas de rigor de Zapatero de mayo del 2010. Eran inevitables para evitar males mayores como la intervención de España. Sin embargo Zapatero sólo las defendió en el Parlamento, no fue ni una vez a TVE, no quiso convencer al partido y Rubalcaba -el candidato del 2011- sólo las avaló a medias. Si el PSOE hubiera sido consecuente -y ZP se hubiese vuelto a presentar- creo que el resultado no hubiera sido tan malo.

Ahora la decisión de trabajar por un gobierno de cambio o de abstenerse en la investidura de Rajoy admitía cualquiera de las dos soluciones. El gobierno de cambio era muy difícil con 85 diputados y la actitud (comprobada) de Pablo Iglesias. Pero se podía haber intentado algo más porque la oposición de las bases socialistas a la abstención -como se ha visto y sigue viendo- era fuerte. Y todo se ha complicado por la «fraternal» guerra interna por el poder entre Pedro Sánchez y Susana Díaz que ha acabado -con escándalo- en una gestora en la que Javier Fernández lleva la cruz a cuestas. Los métodos de la presidenta andaluza han sido de «sargento chusquero» por más errores que cometiera Sánchez y ahora Fernández debe conciliar la necesidad de que no haya terceras elecciones -que serían malas para España y para el PSOE- y de frustrar lo menos posible al sector socialista que no quiere ser acusado de complicidad en la investidura del líder del PP. Y que el miércoles Correa confesara que «Génova era su casa» hace la cruz más pesada.

Pero si no hay remedio el PSOE debe usar la abstención para permitir que haya gobierno. Eso sí, teniendo en cuenta que medio partido creía lo contrario. Al punto al que han llegado las cosas, Fernández sólo tiene dos opciones. Una, que el PSOE dé orden de abstención al grupo parlamentario y la trabaje pero que luego tolere de facto, aunque no «de jure», el voto contrario de algunos diputados. No creo que se abstengan ni los diputados del PSC (aunque hoy gane las primarias el realista Miquel Iceta) ni los «sanchistas» más convencidos. Eso sería romper el dogma de la obediencia total a la cúpula (lo que no es malo si no queremos diputados-robot) pero es abrir la puerta a la libertad de voto del diputado, que tiene inconvenientes. Pero si no hay más remedio es la buena política.

Hay una segunda opción, difícil de avalar por Susana Díaz porque sería una medio victoria -a título póstumo- de Pedro Sánchez. Que el grupo socialista vote compacto en contra en la primera votación y que lo mantenga en la segunda pero que en este momento la dirección ordene a 11 diputados que se ausenten. Así Rajoy saldría elegido por la mínima sin la abstención del grupo socialista: 170 votos a favor (PP, C’s y la canaria), 169 en contra y 11 ausencias.

Cualquiera de las dos soluciones tiene inconvenientes y dejará insatisfechos y heridos (entre ellos la imagen del partido) pero -tras lo mal que se han hecho las cosas- es inevitable, no hay otro remedio. Si Javier Fernández quiere hacer bien su trabajo (objetivo imposible) sólo podrá elegir entre dos males.