El título es horrible, pero es lo que se ha llevado esta pasada semana en España. La habilidad de esa pequeña pero cada vez más grande porción de la población española que habita Twitter de hacer visible ese aforismo cada vez más aplicable a tantas cosas de «Las dos Españas» es tremenda. Ya se puede recortar la camiseta Piqué, dar una rueda de prensa Pedro Sánchez o colgar una foto David Bisbal de sus vacaciones, que los perros de presa se lanzan a la yugular del que sea para hacer sangre, y cuanta más mejor. Y de sangre ha ido la cosa esta semana. Y de niños, aunque suene chungo. No es la paliza que unos niños de 14 años dieron a una pequeña de 8 en un colegio de Palma de Mallorca, no, aunque la historia la protagoniza también un niño de 8 años que afortunadamente aún no tiene ni Twitter, ni Facebook. Lo que tiene es cáncer. Sarcoma de Ewing para ser exactos, un cáncer de huesos con metástasis pulmonar, enfermedad contra la que lucha siendo sólo un niño y apoyándose en una ilusión que para algunos es un crimen: Adrián quiere ser torero. Un niño de 8 años quiere ser torero, como yo cuando era chico quería ser astronauta, usted probablemente bombero y el de más allá, quizá, gladiador. Cualquiera sabe, eramos niños, ¿no? Pues en un reducto muy ruidoso y nada humano del movimiento antitaurino, que se proclama adalid de la tolerancia y de la humanidad, un par de ovejas negras se han dejado esta última en el cajón, han cogido el móvil y le han deseado la muerte a un niño de 8 años que el pasado fin de semana cumplía el sueño de pisar la plaza de toros de Valencia, hacer el paseíllo y todas esas cosas de cara al público que hacen los toreros antes de ponerse en la faena. Si desear la muerte a un niño de 8 años con cáncer está dentro de la cabeza de gente que cree que sería mejor no maltratar animales en una plaza, da miedo pensar qué barbaridades le habrían dicho a alguien sano de 30. Pues esa gente vive y tuitea entre nosotros, y si la importancia de las redes sociales es cada vez mayor, como está demostrado, comentarios tan salvajes no pueden quedar sin castigo. Y si Adrián, cuando tenga 18 años, quiere ir a la escuela taurina, que vaya. Pero sólo es un niño, y puede que cuando crezca cambie de opinión. Y ojalá lo haga, y se convierta en astronauta.