No es fácil convertir el plomo de la realidad en el humor de un dibujo en papel. Breve, preciso, sin circunloquios el silencio de una imagen y su lenguaje. A veces una acción y el latigazo de una frase. Otras un poema explosivo con efecto retardado y en ocasiones una historia desplegada con falsa urgencia de cómic. A diario lo hacen los periodistas de viñeta que retratan en recuadro de página o de contraportada cualquier injusticia social, una denuncia mordaz, la reflexión incisiva del sarcasmo en el mínimo espacio y tiempo significativo. La política, la economía, la cultura, sus rostros de primer plano, el pensamiento que se oculta detrás de su discurso, la falsa promesa de lo escénico. Tampoco se escapan de la viñeta de su ventana las sombras de un suceso, la crudeza de un acontecimiento o circunstancia, el paisaje en el que se mueve lo colectivamente humano que nos identifica y en lo que nos identificamos. Su labor es un gesto directo que enseguida capta la conciencia y el corazón. Es difícil cumplir esta exigencia a contrarreloj de la actualidad que se dobla a sí misma y se desdice entre la mañana y la tarde, entre una jornada y otra. Un trabajo de cabeza a mano, de mano a cabeza, ejecutado con ingenio, inteligencia y arte. Su pulso en firma a pie o esquina del campo de batalla: Martinmorales. Dos apellidos encabalgados en un nombre de combate y con ingenio expresivo para la comedia y el drama de satirizar situaciones, desenmascarar actitudes, burlarse de lo pretendidamente serio o transgredir en busca de la sana sonrisa cómplice de sus lectores. 50 años en el tajo de la prensa a pulso de calle a los que el Centro Artístico de Granada, la segunda ciudad natal de este dibujante vocacional de Almería, rinde reconocimiento con una magnífica exposición comisariada por el periodista Alejandro Víctor García.

Nuestra memoria política, social y económica puede estudiarse en viñetas. La Historia dibujada del compromiso, de la crítica, de la caricatura iceberg -en la que se ve lo que está encima pero no las muchas cosas que lo sostienen y no se ven-, y también de la ternura por un paisaje al que pertenecen nuestras raíces y nuestros fantasmas. Todo ese pasado y nuestro presente lo representan Martimorales -su campo, su estilo al preguntarle a la política que tiene dentro, detrás, en el fondo- y por supuesto Peridis, El Roto, Forges, Julio Cebrián, Perich, Mingote, Máximo, Chumy Chúmez, nombres de una estirpe que creció entre líneas de viñetas en los tiempos de la mirada en blanco y negro de Hermano Lobo, Pueblo, La Codorniz, Por Favor, Bruguera, Triunfo. Las trincheras de la resistencia y de la libertad en la que siempre se mantuvo unida en lo intelectual y en lo afectivo esta Hermandad en la que no hubo más competencia que la admiración por el otro. Qué raro en lo cultural y en lo periodístico que predominen la honestidad, el respeto y la celebración del otro por encima de las envidias, el navajeo y las intrigas. Será cosa de que reírse es más sano.

No es la primera vez que se rinde homenaje a estos profesionales. En 2013 la Biblioteca Nacional dedicó La Transición en tinta china a 60 dibujantes reconocidos, entre los que también estaba el almeriense de Granada y de La Alpujarra del que esta exposición muestra también su propia transición técnica, la depuración estilística de su plástica, tanto en el viaje de la mano al ordenador como en el ejercicio de inteligencia de su humorismo gráfico, sarcástico, incisivo, talentoso, imprescindible. Sus primeros garabatos y criaturas en libros escolares, pistoleros retándote a no pasar la página -como alguna vez me ha contado su hermano Ricardo-, alumnos cargados de calabazas en vacaciones, pasando por su juventud de colaborador de El Faro de Motril y su confianza en sí mismo al mandar sus trabajos a las redacciones de Bruguera y de La Codorniz, en busca de la alternativa en un ruedo impreso de primera, sus inicios en Pueblo, Arriba y El Alcázar hasta su primera ventana fija en el Ideal de Granada.

Nada le ha sido ajeno desde entonces. En Interviú, el Diario de Granada, El Jueves, El País, el Periódico, ABC, ha mantenido la desenvoltura expresionista de su trazo, la viñeta de cultura oral, la aguda capacidad de una frase, concisa, directa, brillante, sin enigma ni metáfora, que despierta la conciencia y subraya la contundencia de sus dibujos, aparentemente fáciles -como la travesura de un niño pillo-, limpios y con eco -igual que un silbido de lápiz enmarcado una sonrisa socarrona y en ocasiones caústica-, semejante al surrealismo de Berlanga y Azcona a veces; amarga si el tema lo duele. Martinmorales poético o esquemático, sin esconderse de ningún tema y posicionado en una actitud, una moral en alerta y una crítica sin cortapisas, despertándole a los lectores una risa que piensa. La dictadura, la censura, la iglesia, la calle del 21 de noviembre con botellas de champagne derramadas en la basura, la conversión de franquistas a la democracia, las sirenas de la política y su trastienda, las espadas de Damocles sobre las cabeza del periodismo, el león de Las Cortes temblando en febrero con un transistor de guardia, los fondos reservados, el felipismo del desencanto, la corrupción, el destape de la cultura, ETA, la explotación laboral, el vacío en el estómago de la ciudadanía estafada. Da igual que nos lo cuenten sus personajes con chistera y ojos de besugo, las caricaturas en negrita, las viñetas repetidas hasta la perfección o la desenfadada elegancia en acuarela y en un silencio que golpea y quiebra la coartada de la hipocresía que pretende disfrazar una realidad en drama. Cada uno de sus dibujos son un aforismo visual y en pugna sobre la Historia de nuestro país, como afirma Alejandro Víctor García en el estupendo catálogo con firmas de Muñoz Molina, Miguel Ríos, Nativel Preciado y su hermano Ricardo entre otros nombres del periodismo y el afecto personal.

El arte oriental japonés basa la exquisita simplicidad de muchos de sus dibujos en eliminar detalles innecesarios, en convertir los trazos de líneas y las manchas de tinta en la sensibilidad de una caricia insinuada por una rama de bambú convertida en lápiz. Los maestros orientales, próximos al zen, recomendaban a sus discípulos observar, durante días enteros e incluso semanas, los modelos del natural (animales, paisajes, personas) hasta interiorizar su esencia. Sólo entonces es el instante de dibujarlos sobre el papel y darle vida a su cotidianidad y a su razón de ser a través del detalle. En ese empeño continúan los humoristas gráficos en esta gripada democracia en la que igualmente sobresalen Gallego&Rey, Ivá, Mesamadero, Idígoras y Pachi entre otros profesionales que mantienen el dibujo gráfico en una cumbre funambulista, a causa de los recortes que también se cobran víctimas en su gremio, en la que resisten como una última columna de rebeldía en trazo en estos tiempos donde su ejercicio en libertad ha sido víctima de la intolerancia y el fanatismo, como sucedió hace un año con Charlie Hebdo. Ninguna amenaza ni mordaza del terror impedirán que su labor prosiga ofreciéndonos la seguridad defensiva de una sonrisa, y de una conciencia lúcida con la que enfrentarse a la realidad y a las diferentes censuras que han desarmado la voz de la escritura periodística.

El poeta Paul Valery dijo que las tres grandes creaciones de la inteligencia son el dibujo, la poesía y las matemáticas. Las tres están presentes en la exposición sobre los pies de página que Martinmorales le ha puesto a nuestra Historia sin perder el humor ni cambiar de conciencia. Sólo por eso, y es mucho, siempre estarán abiertas y libres las ventanas de sus viñetas. Su mirada afilada en la punta de un lápiz japonés.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

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