Todo parece indicar que el divorcio con el Reino Unido no va a ser fácil y nos va a dar la tabarra durante varios años. El Tratado de la UE establece en su artículo 50 que Londres debe pedir una negociación para determinar «la forma de su retirada, teniendo en cuenta el marco de sus relaciones futuras con la Unión». Posteriormente este acuerdo deberá ser refrendado por mayoría cualificada del Consejo Europeo, previo informe del Parlamento europeo y ratificado por el Parlamento británico. Para ello se da un plazo de dos años sin perjuicio de añadir períodos transitorios adicionales aprobados por unanimidad de los 27. La primera ministra, Theresa May, ha dicho que enviará en marzo la dichosa carta y Bruselas ha acogido bien la precisión porque reduce el período de incertidumbre.

De momento todo seguirá igual y como tenemos un par de años por delante es mejor no ponerse nerviosos. Conociéndoles, van a querer todas las ventajas y ninguno de los inconvenientes y confieso que a lo largo de los años he desarrollado un sano respeto por la habilidad de sus diplomáticos. Como ellos querrán el oro y el moro, con perdón, la negociación será difícil aunque no queramos penalizarles como amante despechado sino que busquemos una sólida relación futura, que sería lo más inteligente aunque no lo más seguro.

Cabe pensar en tres escenarios posibles: el modelo suizo, el noruego y el de la Organización Mundial de Comercio. Suiza tiene libre circulación de bienes pero no de personas ni de servicios; Noruega tiene libre circulación de bienes, personas y servicios, pero paga por ello a las arcas comunitarias sin participar en el diseño del mercado único; la OMC trataría al Reino Unido como a cualquier otro país tercero. Todo es aún bastante confuso aunque a May no le guste ninguno y parezca inclinarse por un nacionalismo que recupere soberanía, control de fronteras e independencia frente al Tribunal de Justicia Europeo, aunque ello se haga a costa de quedar fuera del mercado único europeo, lo que es muy malo para el centro financiero que es la City londinense. Madrid debería prepararse ofreciendo ventajas a las empresas y a los funcionarios y empleados que dejen la capital británica. París ya lo hace.

A corto plazo, la libra está en mínimos históricos, la economía se encoge, Londres perderá influencia mundial y tiene que encontrar soluciones para Escocia e Irlanda del Norte. El país está fracturado por líneas de edad, educación e identidad nacional. Un joven dijo que «la anterior generación ha privado a la mía de vivir y trabajar en 28 países». Pero no hay vuelta atrás y así lo reconocen europeos y británicos, mientras May ha nombrado un equipo negociador integrado por euroescépticos recalcitrantes como David Davis, conocido como ministro del brexit, Liam Fox, ministro de Comercio, y Boris Johnson en Exteriores. Pero hay discrepancias en el gabinete entre quienes desean un brexit blando y los partidarios de una ruptura total, por la que parece decantarse May. Por ahora discuten entre ellos sin una estrategia clara y se reservan la suerte de los estudiantes y trabajadores europeos en el Reino Unido como rehenes de una negociación que se augura bronca y a cara de perro... porque así parecen quererlo ellos. Por su parte, la UE ha nombrado a Michel Barnier para dirigir la negociación. Supongo que al final llegaremos a un acuerdo de libre comercio que tendrá que lograr un delicado equilibrio entre acceso a mercado y migración. Pero el ambiente hoy no favorece esos acuerdos y ademas su negociación dura muchos años.

La Unión Europea tiene que evitar que otros países sigan el ejemplo británico o que el continente se fracture entre norte y sur y, en definitiva, que el proyecto naufrague. La solución no es menos Europa sino una Europa más integrada que preste atención a los problemas que de verdad preocupan a la gente como trabajo, seguridad, emigración, euro, energía, defensa, economía... una Europa más cercana que recupere apoyo popular, que rinda cuentas ante la gente y para la que una política intergubernamental basada en la unanimidad no parece la más adecuada, lo que exigirá distintos ritmos de integración y geometrías variables basadas tanto en voluntades como en capacidades. El problema es cómo hacerlo en un clima hostil, lleno de descontentos, de populistas, de nacionalistas y de euroescépticos, y con elecciones encima tanto en Francia como en Alemania. La espantada del Reino Unido es una reacción de miedo que tiene que ser una excepción y no un precedente, porque si fuera un precedente significaría el fin del sueño europeo... que ahora por desgracia parece más cerca que nunca.

La reciente reunión europea en Bratislava ha sido decepcionante, sin que se tomara ninguna decisión importante salvo en Defensa, donde Francia ha aprovechado la ausencia de Londres (que siempre se ha negado a una defensa europea independiente de la OTAN) para proponer algunas ideas. Pero nada más y los problemas no se solucionan aparcándolos. Hay que enfrentarlos y nadie parece tener las agallas o las ideas necesarias. Y tampoco los británicos tienen por ahora una estrategia definida. Quedan cinco meses para aclarar las respectivas posiciones negociadoras. De lo que hagamos dependerá que esto sea un juego de suma cero, en el que nadie gana, o un juego en el que todos perdamos, que es lo más probable. Lo que es seguro es que no ganaremos.

*Jorge Dezcállar es diplomático