La política no puede ser esto. Y menos la más cercana y directa, la municipal. Ya está uno cansado de hablar del partidismo escandalosamente escenificado en el Congreso, y del guerracivilismo de la hinchada que perdona y consiente todo a sus respectivos partidos contra la sociedad misma, y de lo que alguien dentro de un partido es capaz de votar antes y después para no perder su condición de «enculosillado», y de que se celebre el descafeinado Debate del Estado de la Comunidad en Andalucía, sin ir más lejos, y sólo se hable en el fondo y en la forma de las implicaciones partidistas a favor o en contra de la abstención en la próxima investidura de Rajoy a finales de mes; y muchos etcéteras más. Pero cuando de lo que se trata es de mantener limpio y seguro un simple parque, la cosa adquiere tintes de ineficacia kafkiana.

La llamada Laguna de la Barrera, en Málaga, es un parque con pretendidas trazas de bosquete urbano que, en su bonito diseño de origen (recuerdo que firmado en Urbanismo por la arquitecta María Eugenia Candau) pretendía compendiar la flora sur mediterránea autóctona alrededor de la lámina de agua generada y establecida en el inmenso hueco que dejó la extracción de arcilla durante décadas, cuando aquella zona del actual sector superior de Teatinos, junto a la Colonia de Santa Inés, abastecía la fábrica de ladrillos, tejas y cerámica que estuvo allí ubicada. La laguna no debía ser un parque ni un jardín al uso, sino un espacio para el ocio ciudadano que se ofrecía como un paseo por la naturaleza, una salida al campo en plena urbe en un concentrado ecosistema de olivos, ficus, higueras, pinares, granados, naranjos, arbustos y vegetación de ribera, alrededor de una laguna con sus patos, tortugas, peces y aves migratorias que la visitan cada año. La ejecución final del proyecto tenía virtudes pero se alejaba en parte de la propuesta original (y con ese pequeño exceso de cemento que parece pago obligado a las constructoras cuando se aprueba la ejecución de un parque) y hubo de ser restaurado años después.

El problema es que desde 2010 la laguna empezó a perder agua, curiosamente tras unas obras hidrográficas que la mantuvieron cerrada un tiempo. La laguna de la Barrera es un logro de los vecinos (más de los luchadores que de los que la ensucian, como siempre) Le arrebataron a la especulación inmobiliaria el solar que ya habían tomado las aves acostumbradas al pequeño humedal que veían abajo en sus vuelos migratorios. Una vez consolidado el parque, que está ahí para disfrute saludable de todos y en familia, la preocupación de estos titanes vecinales arrancó la promesa de la concejala de Medio Ambiente, Araceli González, de que se harían los aportes de agua adecuados. De eso hace seis años. Las iniciativas para su conservación y mejora de Ciudadanos e IU en el Ayuntamiento de Málaga, más la del PP de pedir a la Junta que la considere un humedal andaluz, la han vuelto a poner en el foco de los medios locales, en parte por la valerosa acción en Change.org de la abogada malagueña Patricia Criado que no ha dejado de sumar firmas para que la laguna no se muera. ¿Y ahora otra vez se enviarán informes y contrainformes hasta qque cambien de nuevo de concejal y todo vuelva a empezar? Habrá que atar en corto la demagogia, pero la sensación de que quienes deben ser la solución no lo son o son demasiadas veces el problema está preocupantemente arraigada.