Lo que más me ha llamado la atención de la reunión de la gestora del PSOE con los parlamentarios, en la sala Europa del Senado, es la simbólica del escenario, con la mesa presidencial tras una alta barrera o antemural, y, detrás, cuatro columnas que fingen sostener el techo, con riesgo de desplome si vacilan. En el ruedo no hubo faena, pues, aparte razones razonables, a un parlamentario lo que más le aterra es una disolución del parlamento, ese momento en que la tierra se abre bajo sus pies. En otras asambleas más al ras, las bases respiran agitadas, en un debate interno que gesta sin votaciones pero antes o después romperá aguas. Javier Fernández lo sabe, y su entereza para remar en esa marejada, en principio sin nada que ganar, es ejemplo del mejor pundonor. Quizás sepa también, o a lo mejor no, que ese coraje austero, sin aspavientos, es el que da más credibilidad a sus razones.