La alegría mengua velozmente en el mundo. Lo ha dicho Richard Ford en Oviedo. La ciudad que cada año celebra la fiesta de los príncipes de la cultura con un protocolo de invitados, como Álvarez Cascos, Ana Pastor, Esther Koplowitz, que apenas la practican en su realidad habitual. Tampoco creo que ellos recurran el pesimismo con la invención de la esperanza que propone la literatura, según defendió el autor de un Trozo de mi corazón. A estos protagonistas de photocall -igual que el de la mayoría de los actos culturales que elegancian como atrezo social- les basta con sus millones estéticamente a salvo y piensan firmemente que la cultura son los otros. El pesimismo no existe para ellos. Ni siquiera si se diese el caso de que Podemos -una vez solucionado el navajazo en su seno, el izquierdo, claro- conquistase la Bastilla nacional, sentirían pesimismo en su corazón. Tampoco creo en que Felipe VI lo sienta y busque su antídoto en la lectura de poesía para zurcir el jornal vacío de sentimentalidad cotidiana, o que se refugie en la nueva narrativa que hace de la vida ficciones biográficas para escapar de su yo público. Pero un Rey tiene que hablar veraz en estos actos y su negro le amaestró en el discurso un canto de batalla a favor de la cultura, en contra del pesimismo y del grave diagnóstico de nuestra economía. Así que, bajo el influjo de Unamuno y de Dylan, otro príncipe de Oviedo ganador polémico del Nobel que no se llevó el soberbio aspirante a lo que considera suyo, el monarca salió de su enroque y afirmó a pelo que un pueblo que quiere, respeta y ampara la cultura nunca temerá al futuro.

Es curioso lo mucho que se pronuncia desde arriba esta palabra que fue una esperanza de cambio, luego una seductora pegatina de solapa y ahora una joya nacional cada vez que conviene exhibirla reivindicativamente. Después de todo un día es un día y tanto el Cervantes como Los Príncipes de Asturias se merecen lucir el término al que le subieron el IVA, considerándolo artículo de lujo a la vez que lo tacharon de incómoda rebeldía. Lo malo es que ya se parece demasiado a ese otro ritual simbólico de ratificar en su puesto a un entrenador de fútbol antes de pasarlo por la quilla. Por qué mucho reivindicar la cultura «como ayuda para vivir con mayor dignidad» pero lo cierto es que a los de arriba: nobles, banqueros, políticos y empresarios que aplaudieron, les importa un rábano en vinagre. Es tan sólo una palabra vintage que abrocha bien estos actos y más si de invitados estelares están la Nuria Espert -alma femenina de Lorca- y ese Ford americano cuyos personajes representan la clase media que sabe de sobra a qué huele la realidad después de la crisis. A óxido sobre el que gotea todo. Seco, lento, constante, un irritante golpe que gime, se desborda y se extiende. Tal vez Felipe VI o la reina hayan leído al Príncipe de Misisipi premiado, a escritores nacionales como Rafael Chirbes o a otros galardonados suyos como Emilio Lledó y por eso en su fábula real el hijo de Sofía de Grecia nos pidió a los de a pie alejarnos del pesimismo y del desencanto, abrir los brazos y sentirnos orgullosos de lo que hemos conseguido.

El negro del Rey no repasó el discurso de 2013, cuando afirmó que la España desmoralizada no es la verdadera. Quizá debería hacer como Richard Ford con los apuntes de sus novelas y guardar sus discursos dentro del frigorífico para evitar que las palabras se le echen a perder o sean cenizas en caso de incendio. De ese modo se hubiese evitado el confeti de su discurso en este presente cojitranco en el que muchos de nuestros políticos y banqueros están en los juzgados, sentados en primer plano por poner al pueblo bajo su lucro personal. Y los que no lo están, andan maniobrando posiciones de proa en las guerras de poder del PSOE, del PP y de Podemos, o explicándonos con pomada rectal el cercano recorte de las pensiones y que compatibilicemos las mismas con no se sabe qué empleo. El plan es sólo para la clase media, esa de la que una pequeña parte trabaja por un salario del miedo y la otra más grande permanece cautiva del paro. Ellos por haber sido profesionales de la política y a pesar de suspender en evaluación se jubilan con el beneficio de la máxima, incluso se buscan un asesoramiento sénior en consejos de administración o en negocios anónimos de terrenos edificables.

¿A esto se refiere el Rey cuando nos dice que estemos orgullosos de lo que hemos conseguido? ¿Alude al despropósito de la Junta de Andalucía de separar los servicios hospitalarios de Granada y que un paciente grave tenga que desplazase de oca a oca según qué pruebas le demande el acoso de la muerte? ¿Pensaba quizá en la destrucción en septiembre de los 14.437 empleos, la mayoría por debajo de la nómina mileurista? ¿Tenía en su mente la paliza a los dos guardias civiles de Alsasua donde el pueblo mantiene vivos el odio y gritan perra y asesina a Consuelo Ordóñez? ¿Ignora acaso qué gobierne quien gobierne el parlamento por horas, aguarda Bruselas con exigentes medidas de austeridad a la vuelta de la esquina?

Aquí, en el terruño de secano del cortijo en derrumbe, el único que puede sentirse orgulloso es Spiriman. Ese héroe youtubers con gafas negras cuya verdadera identidad es la de Jesús Candel, un joven médico de urgencias con contrato temporal, ojeras de cansancio y de hasta los güevos, capaz de movilizar la marea blanca del sentido común contra esa fusión de hospitales para ahorrar dinero. El, al igual que Richard Ford, sabe que los sindicatos caducaron y que tiene razón Jean Baudrillard cuando escribe que la violencia, inmanente al sistema neoliberal, no destruye desde fuera del propio individuo. Lo hace desde dentro y provoca pesimismo, depresión y cáncer de estómago. Al hombre actual, nosotros, lo han convertido en su propio explotador. A todos nos exigen que compitamos permanentemente con los otros y que optemos por el sometimiento para acceder a la mera vida frente a la vida buena. Es decir, la pura supervivencia. Y como añade al respecto el filósofo coreano Byunf- Chul, a cambio cedemos soberanía, libertad y en ocasiones también la ética y la otra mejilla.

Nunca nos hablará sobre esto un Rey. Tampoco lo hicieron demasiado en alto los galardonados. En cada uno de los premios anteriores me hubiese gustado escuchar a los príncipes Claudio Magris, Susan Sontag, Amim Malouf o Kapunscinski saltarse el protocolo y hablar de verdad acerca de una Europa cuya construcción no se empezó por la cultura, de la sociedad carente de moral que desdeña la educación y embrutece la sensibilidad, defender que el más noble de los ideales es hacer que todos los hombres se comprendan algún día. El mundo es horrible. Está lleno de miserias, de guerras, de hambre y de todo tipo de violencias. Los del primer mundo vivimos a salvo en una burbuja de ficción. Lo dijo ayer en una radio Arturo Pérez-Reverte. El escritor y periodista añadió que jamás Rajoy ha pisado la Real Academia de la Lengua, y también que sólo el amor y la cultura hacen posible que el mundo sea mejor.

Lleva razón, al igual que Ford y lo que leyó el Rey. Sin embargo vivimos atados a que sólo el dinero tenga el poder de dar valor a las cosas y a las personas. Así será hasta que dejemos de estar asustados y escépticos, y seamos capaces de conseguir, combatiendo desde la cultura, la solidaridad y la convicción, que el poder lo concedan la conciencia y la imaginación.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

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