Lo de Piqué es pura emoción, pero equivocada. El fútbol ya tiene de por sí un bagaje de emociones para hacerlo el deporte más seguido del mundo, y seguramente el más adictivo aunque a veces, cuando no hay goles ni asomo de ellos, se aburran hasta los que pasean por la puerta del estadio.

Como nos han enseñado los que entienden, el arte bueno no es el más bonito, ni el más aparente ni el más fiel con la realidad, sino el que emociona, y ese es también el fútbol bueno. Lo que ocurre es que demasiadas veces le echamos condimentos extraños a su salsa y al final nos envenenamos. Mezclar ideología política con deporte es antinatural, y no solo en el Barça y en Cataluña son expertos en tal bodrio; en el resto de España, aunque pongamos la excusa de la reacción, también pintamos bastos cuando deberíamos mostrar oros. Justo el calor que nos calienta a los aficionados al fútbol sin más.

Como tantas veces reiteramos, Piqué, como antes Guardiola, Puyol, Capdevila o Xavi, y antaño Ricardo Zamora, Rexach y compañía, se han partido siempre el pecho por nuestra selección, la española, la de todos, la que tanto nos ha emocionado en la última década. Como también nos emocionó la final del europeo del 64 contra la URSS a los que nos asomábamos al fútbol hace más de cincuenta años, con el inolvidable gol campeón del zaragocista Marcelino, el magisterio del barcelonista Suárez, las internadas del madridista Amancio, los tres gallegos, y las paradas del jovencísimo vasco Iríbar. Así debería ser siempre.

Siempre hay un tonto para cualquier ocasión, y el periodista que se sacó de la manga lo del corte de las mangas de Piqué de hace un par de semanas, aparte de la demostrada mentira sobre su intencionalidad, y ahí le traicionó el españolismo ramplón que tantos llevan dentro; demostró palmariamente que no solo por el Nou Camp cuecen habas. Y el de Shakira se ha hartado, con toda la razón del mundo. Confundir al Real Madrid y el madridismo con España es otra sinrazón emocional en el fútbol, y por ahí empezaron los pitos absurdos en cualquier estadio español al que seguramente es uno de los tres mejores centrales del mundo. Prescindir de Piqué sería propio de aquella España de charanga y pandereta que cantara don Antonio Machado. Claro que también escribió el enorme poeta sevillano en un mínimo poema, que en España, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa. La pena es comprobar cómo de vez en cuando hay que darle la razón.