El episodio del teléfono móvil Samsung Galaxy Note 7 (que los móviles llevan ya tantos apellidos como las esquelas aristocráticas) es de los que merecen una reflexión. La primera vez que oí hablar de ese aparato fue en un aeroplano de American Airlines, cuando la azafata nos dijo por el altavoz que si teníamos uno lo apagásemos del todo nada de dejarlo en modo avión y cuidásemos de que no se nos cayera por el hueco del reposabrazos del asiento. Puesto a averiguar las razones de la alarma, me enteré de que al móvil de marras se le calentaba en ocasiones tanto la batería que la posibilidad de que ardiese no era despreciable: había sucedido varias veces. Las suficientes como para suponer un riesgo en el vuelo.

Vino después la cadena lógica de acontecimientos, con la compañía que fabrica el móvil pidiendo excusas, ofreciendo el arreglo del desaguisado, cayendo en su cotización en las Bolsas y, por fin, retirando el modelo de su catálogo y devolviendo el dinero a los clientes que lo habían adquirido. Un número considerable porque en el mundo actual, cuando se anuncia la aparición de un móvil nuevo, hay colas de inmediato en los distribuidores para hacerse cuanto antes con uno (no vaya a pillarnos el siguiente modelo sin haber hecho los deberes). Así que del Galaxy Note 7 se habían vendido ya multitud de teléfonos aunque, por lo que hace a España, solo algunos centenares. Se ve que los ciudadanos del reino somos más chulos que nadie porque una parte de los compradores se niega a devolver el trasto. Solo Corea, el país donde se fabrican los Samsung, se muestra aún más fiel al móvil pirómano con argumentos como el de que hay que ver lo mono y elegante que resulta.

La puntilla al Galaxy Note 7 se la han dado las compañías de aviación al prohibir que se viaje con uno, incluso apagado, en el bolsillo o en el equipaje. Pero la medida me parece más bien difícil de llevar a cabo. ¿Se añadirá a las muchas cautelas del control de seguridad el comprobar que modelo de móvil tienes, además de descalzarte, poner todos los objetos metálicos en la bandeja, las cremas y líquidos en una bolsa transparente, quitarte la chaqueta y el cinturón y separar el ordenador portátil? ¿O serán los empleados de la puerta de embarque los que examinen tu teléfono? Supongo que tanto una cosa como la otra serán inútiles ante el empeño del fundamentalismo celular porque los poseedores apasionados de un Galaxy Note 7 seguro que sabrán cómo camuflarlo poniéndole el disfraz de cualquier otro modelo salvo, vade retro Satanás, que parezca un iPhone.

Sea como fuere estamos de enhorabuena. La leyenda urbana de la combustión espontánea se vuelve ahora realidad palpable. Espero que salga a la venta un móvil que te traslade de manera instantánea a otra época, o que te haga objeto de abducción por extraterrestres. Que no se detenga el progreso.