Rajoy ha apostado por un Gobierno estable y duradero. Nadie tendría que hacerlo de no suponer que va a ocurrir lo contrario. No va a haber seguramente un Gobierno estable y duradero y tampoco, lamentablemente, una oposición como es debido porque la izquierda se está exigiendo a sí misma otra cosa distinta. Algo que llevará a la derecha, en el momento en que lo vea oportuno, a convocar nuevas elecciones. La izquierda socialista es en estos momentos el paradigma de la insatisfacción. Hay una vertiente sólida y socialdemocrata, que modula Javier Fernández, empeñada en hacer pedagogía con la idea de que no se puede gobernar sin los votos suficientes y tampoco bloquear institucionalmente el país. Esto parece de Perogrullo sin embargo existe, a la vez, un mantra extendido del «no es no», propiedad de Pedro Sánchez, instalado en el imposible y el absurdo, que sigue el derrotero de la pancarta y la movilización contra Rajoy, un tipo que a pesar de los pesares se ha impuesto sucesivamente en dos elecciones. ¿Qué quieren? Al PSOE javierista se le acusa de no haber entendido suficientemente «la nueva cultura política», pero si esa «nueva cultura política» consiste en empecinarse en mantener que el que cuenta con 137 escaños tiene menos legitimidad para gobernar que el que dispone de 85 y es incapaz de reunir una mayoría en torno suyo, tendremos que estarle eternamente agradecidos de la resistencia y el sacrificio. No hablo ya de oponerse a la desproporción chavista de «rodear» parlamentos y de enfrentarse a la corriente intolerante de impedir que se pronuncien los que no piensan igual que uno, etcétera. En último caso Rajoy no es el vórtice de lo que nos sucede. El asunto merece un análisis bastante más profundo.