Parece que se impone en política la elección del mal menor, o al menos de lo que nos presentan, o consideramos, como tal.

Ocurre en España, donde el PSOE ha tratado de convencer a sus militantes de que lo menos malo para el país y para el propio partido era evitar terceras elecciones.

Y lo ha hecho aun a riesgo de provocar el desconcierto de muchos de quienes le votaron al violar las promesas que hizo en su campaña.

Ocurrirá también pronto en Francia cuando se celebren las próximas presidenciales y muchos ciudadanos de izquierda voten contra sus convicciones al candidato de los Republicanos como única forma de evitar que la líder del Frente Nacional llegue al Elíseo.

Y sucede en Estados Unidos, donde la mayoría de los demócratas, pero también numerosos republicanos terminarán votando a Hillary Clinton.

Y lo harán muchos de ellos, no por estar convencidos de que es la candidata que se merece su voto, sino para evitar lo peor: que el errático, racista y sexista Donald Trump llegue a la Casa Blanca.

Y los pacifistas tendrán que taparse la nariz porque saben de sus estrechos lazos con el establishment militar del país, su voto a favor de la guerra de Irak y su poco democrático comportamiento en relación con Honduras y Haití.

Como tendrán que hacerlo muchos de los que hubiesen preferido a su rival demócrata, Bernie Sanders, porque son conscientes de que es la favorita de esos grandes bancos que pagan sus discursos tan generosamente como han financiado su campaña electoral.