Después de diez meses y tres sesiones de investidura, con sus correspondientes votaciones dobles, España tiene un presidente de Gobierno que se corresponde con el resultado de las últimas elecciones celebradas. La buena noticia, sin embargo, ha quedado oscurecida por la visibilidad del desperfecto ocasionado en las instituciones en estos años. El producto de los factores en liza en la política española actual es una investidura deslucida y devaluada por la fractura abierta en el PSOE y una manifestación convocada al grito de proclamas antisistema. En el mismo acto en que ha alumbrado un gobierno en precario, el parlamento se ha convertido en el principal escenario de la crisis política que vive el país.

La renuncia al escaño de Pedro Sánchez es la confirmación de que el voto a Rajoy de los diputados socialistas, en ningún caso favorable, ha dividido definitivamente al PSOE. La carta que ha leído ante la prensa hace público el inicio de las hostilidades en la lucha interna por el control del partido, que tiene su origen más allá de las divergencias aparecidas a la hora de definir la posición en el debate de investidura. La batalla se prevé larga y cruenta. Está en juego lo que vaya a ser el PSOE en los próximos años. Pero para despejar su futuro, y atender los requerimientos urgentes de la situación política, el partido necesita un liderazgo que no tiene. La comisión gestora es cada día más cuestionada, los diputados pisan un campo minado, y la coordinación eficaz entre la gestora y el grupo parlamentario se antoja tarea harto difícil. Paradójicamente, el partido por el que pasaban todas las opciones de gobierno está llamado a ser el primer factor de inestabilidad política mientras no resuelva su conflicto interno y precise su ubicación en el sistema de partidos.

La convulsión en las filas socialistas es para las fuerzas antisistema una nueva oportunidad. Su ofensiva lleva una pesada carga de profundidad. Pretenden deslegitimar la investidura de Rajoy y la Constitución de 1978. Nombran a una mafia conspiradora, a la que acusan de urdir tejemanejes, fraudes y golpes contra la verdadera democracia. La retórica que niega el carácter democrático de nuestro sistema político, en estos o parecidos términos, no es novedad alguna, pero sí lo es que sea ocasionalmente utilizada por partidos parlamentarios con peso específico, como los nacionalistas catalanes o las diversas izquierdas coaligadas en torno a Podemos, que exhiben en ocasiones un comportamiento sin duda desleal con las instituciones del Estado.

En el turno previo a la votación definitiva, Rajoy ha repetido con más claridad si cabe la petición y la advertencia que formuló en su discurso del jueves. El portavoz socialista ha dejado ver de nuevo las tribulaciones que embargan a su partido, al que situó en la oposición, sin reconocer espacios intermedios. La investidura ha sido llevada a cabo con tantas reservas por parte de quienes han asumido un mayor compromiso, que no permite una celebración alegre y confiada. Los españoles no tienen el ánimo para ello. A Rajoy se le reprocha haber vencido por agotamiento y cierto es que han sido muchos los españoles que se han cansado de esperar un cambio de gobierno, pero los partidos aludidos no han sido capaces de ponerse de acuerdo para brindarles un gobierno de cambio.

Comienza la legislatura más impredecible de la democracia. El PSOE ofrece la imagen que mejor refleja esa incertidumbre. Nadie puede cantar victoria.

Los hechos autorizan a pensar que esta legislatura puede dar mucho y bueno de sí o puede acabar como el rosario de la aurora. Los españoles consideran que la política es una de las facetas menos importantes en sus vidas. Si quieren proteger adecuadamente sus intereses comunes tendrán que poner los cinco sentidos en ella, ascenderla en su escala de valores y, al menos durante un tiempo, concederle una atención prioritaria. No basta con que la política y los políticos les preocupen, será necesario que se ocupen directamente de ellos. Confieso, no obstante, que me asusta la manera en que se han politizado algunos sectores de la sociedad española.

*Óscar Buznego es politólogo