La renuncia de Pedro Sánchez a su acta de diputado antes que desobecer a la gestora del PSOE, su partido, votando no a Rajoy, ejemplifica la conducta de un líder. La honestidad política y la coherencia con su propio pensamiento y el de todos los militantes que piensan como él se distancia años-luz del miserabilismo ideológico y mental de quienes conspiraron contra su legítimo liderazgo y, aún después de despojarlo, siguieron desprestigiándole para autojustificarse. Pero la dimisíón parlamentaria verifica la calidad y fiabilidad de quien no debe, bajo ninguna presión, abandonar el terreno donde se verifica la inteligencia de un cambio que progresa imparable en todos los órdenes de la convivencia social y politica, a despecho del golpe inmovilista de una dirigencia travestida de satrapía. El futuro ya no es de estos, porque la próxima decisión de liderazgo estará en las bases.

Sea cual fuere la posición en conciencia de cada cual, se ha consumado la más grave ruptura de la socialdemocracia española por imposición de un mandato innecesario para facilitar el gobierno del país. Fue decretado como única vía de ritornare al segno, en palabras de Maquiavelo, y no un intento de encubrir la torpeza de quienes la decretaron. Un ejército en desbandada no puede reagruparse bajo su bandera cuando ha dejado de ser la de quienes anteponen el voto en conciencia como derecho éticamente irrenunciable.

El no es no se legitima en el Pedro es Pedro que demuestra lealtad en la discrepancia, sin abandonar valores y principios en los que cree porque son a su juicio los que necesita esta hora del mundo y de España. Mal cauterizada la desunión, como finalmente se vió en la votación al candidato indeseado, el PSOE puede desangrarse entre dos fuegos, los de la derecha y la izquierda extremas, perdiendo más adhesiones que presuntos votos en unas terceras elecciones. El patrimonio del no, que equivale al sí a los ideales socialistas, es hoy de Pedro Sánchez, cuya vocaciòn política le moverá sin duda a rescatar el liderazgo en primarias.

La crisis del PSOE no ha hecho más que empezar. Como partido, fue el más vapuleado en el pleno de investidura más bronco y penoso de la reciente historia, abierto por un candidato que se reafirmó en su proyecto sin apenas margen para las reformas pedidas por muchos de sus votantes.