Antes incluso de empezar oficialmente el año del reformador, la imagen de Martín Lutero, en alguno de los retratos que le hizo Lucas Cranach, está ya en todas partes en Alemania.

Diarios y revistas dedican portadas y reportajes a aquel fraile agustino que, según la leyenda, el 31 de octubre de 1517 clavó sus 95 tesis contra el tráfico de indulgencias en la iglesia del castillo de Wittenberg.

Eso es lo que cuenta la leyenda, pues en realidad Lutero mandó sus tesis a varios amigos, algunos de ellos grandes humanistas, en quienes suscitaron un entusiasmo tan grande como repulsa produjeron en una Iglesia mayormente corrupta.

Las indulgencias se habían convertido en un negocio en toda la regla hasta el punto de sustituir al sacramento de la confesión, un lucrativo negocio para muchos obispos, cardenales y el propio Papa, que permitía al pecador «comprar» su lugar en el cielo.

Un viaje a Roma con visita a la supuesta tumba de San Pedro le ahorraba al creyente 7.000 años de purgatorio y besar una astilla del «lignum crucis», la cruz de Cristo, hasta 17.000 años.

Para Lutero, de nada servían la adoración de los santos, la veneración de sus reliquias, el ayuno o las dádivas: el hombre sólo se redimiría a través de la fe, pero sobre todo por la gracia divina.

No debían pues los fieles creer sin más lo que se les predicaba en latín desde los púlpitos, sino que cada uno debía estudiar directamente la palabra de Dios, algo que el propio Lutero facilitó con su famosa traducción de la Biblia al alemán.

Las tesis de Lutero, que encontraron rápida difusión gracias a la invención de la imprenta unos años antes, dividieron a la Iglesia y dieron lugar a profundas transformaciones sociales y políticas como a largas y cruentas guerras de religión.

Lutero fue un hombre a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento y si bien contribuyó a la liberación del individuo, no se distinguió precisamente por su espíritu tolerante, como demuestra su actitud represora frente a las rebeliones campesinas que estallaron entonces y su odio profundo hacia los judíos, del que dejó testimonio en sus escritos.

Con todas sus virtudes y sus muchos defectos, los alemanes le consideran una de sus grandes figuras culturales e históricas, no sólo por su enorme aportación al alemán escrito, sino como precursor de la nación alemana.

Y eso es lo que se celebrará a partir de este lunes durante todo un año en Alemania con simposios, exposiciones y otros actos culturales en todos los lugares con él relacionados, sobre todo Eisenach, Wittenberg y otras localidades situadas en la antigua RDA, donde los creyentes practicantes son hoy una clara minoría.