Gracias, amables lectores, por seguir leyendo semana tras semana los renglones de mi crónica. Yo sé que el Señor no me concedió demasiada gracia para relatarles mis cuitas y mis alegrías, pero, según decía mi seño Dª Nieves: «La voluntad que le pones es lo que cuenta» y, les juro que me hundía en la peor de las miserias. ¿Por qué? Sencillo, muy sencillo. Yo hubiera deseado que una vez, sólo una, hubiera reconocido que no era del montón.

Hace unos cuatro años, poco antes de que falleciera, le conté todas mis frustraciones infantiles y no tenía consuelo. Y con lágrimas en sus marchitos y sin embargo bellos ojos claros me dijo: «Siempre me he sentido muy orgullosa de ti». Lloramos un rato abrazadas. Y es lo que les digo a mis nietos -mis hijos ya no se dejan-. «Muchachitos y muchachitas, recordad que cada buena nota nos hace felices al abuelo y a mí. Pero cada mala no es una tragedia, sabemos que tenéis capacidad suficiente para mejorarla. Sacadle brillo a la buena voluntad». ¡Son tan lindos!

Ayer visitamos mi marido y yo el cementerio de mi barrio, El Palo. Nos sentimos orgullosos de lo bien cuidado que está. Sí, hay que ser consecuente. Si lo hubiéramos visto descuidado, sucio, también lo sabrían ustedes.

Lo que me desconcertó es que no hubieran muchas personas jóvenes, la mayor parte de los visitantes eran mujeres y muy mayores. Lo comenté con el vigilante y me aclaró muy amablemente: «Las mujeres mayores o están jubiladas o nunca han trabajado fuera de casa y como los hombres somos como nuestras madres nos parió, delegamos en ellas. En el fondo les encanta llevarnos flores». Sin comentarios.