Pablo Iglesias, acostumbrado a despreciar todo lo que no tenga sus bendiciones, transita por la política como el mesías de la izquierda, pero de una izquierda caduca, llena de caspa y que huele a la revolución aún pendiente, resucitando el discurso de la vieja izquierda. Pretende ser el líder único de la oposición y lo puede conseguir si los socialistas siguen atados en desvelar el sexo de los ángeles. Con el nuevo Gobierno de Mariano Rajoy, que de entrada es más de lo mismo, el PSOE tendrá que fijar de forma clara y rotunda qué hacer, y la primera decisión de calado será el presupuesto para el año que viene. No lo tiene fácil el PSOE necesitado como está de conectar con los millones de españoles que le han dado la espalda pero según haga en la votación de los presupuestos del neoliberalismo que nos gobierna veremos por dónde quiere transitar. Hay una cosa clara: el «marianismo» se ha hecho con el poder y como dice el profesor Valencia «por la incertidumbre del desgobierno» y «la inestimable ayuda de una izquierda desconcertada» y no precisamente por la gestión de su anterior gobierno y con un partido trufado de corrupción hasta los tuétanos.

Los socialistas han tenido un octubre negro, dramático, con el partido abierto en canal, aunque hay que deducir algunas cosas positivas, tal cual no haber bailado al son del radicalismo populista de Podemos y se ha terminado con un líder, Pedro Sánchez, que ha llevado al PSOE a la mayor crisis que se le recuerda desde Suresnes, al mismo tiempo se han roto las amarras y las inercias que llevaban a este partido a la irrelevancia. Por eso, Susana Díaz pregona la necesidad de volver a ser alternativa de Gobierno, al mismo tiempo que hace loor y esperanza de una recuperación que, hoy por hoy, no se presenta fácil. Levantar de nuevo un edificio en ruinas es un titánico esfuerzo que va a necesitar de la unidad del partido socialista que pasa, en primer lugar, por desmarcarse de forma rotunda y clara de las políticas neoliberales del PP, sin caer en la trampa de que son imprescindibles para la gobernabilidad de España, ofreciendo a los ciudadanos alternativas que les permitan ganar su confianza y credibilidad.

La política de izquierdas que practique el PSOE tiene un problema que es el pragmatismo que debe imperar en muchas de sus decisiones y esto no es fácil de conjugar cuando a su izquierda tiene a Podemos y su declarado populismo. Es sabido, y asumido, que Pablo Iglesias, tras los resultados del 20-D prefirió desalojar al PSOE de la oposición antes que desalojar al PP del Gobierno. Rajoy ayer pudo formar Gobierno y sentarse en la poltrona de La Moncloa porque Podemos buscó debilitar al PSOE antes que eliminar al PP como opción de gobierno. Este error histórico como lo ha calificado José Ignacio Torreblanca termina en otro Gobierno del PP que como tiene adelantado su presidente, no tiene intención alguna de deshacer lo que él mismo propuso en la anterior legislatura, sean quienes sean los ministros que den cara al ejecutivo marianista. A mayor abundamiento, el profesor Ángel Valencia, en estas mismas páginas, aseguraba que (Rajoy) se mantendrá «fiel a sí mismo, sin apenas cambios como garantía de estabilidad y, por tanto, cambiar lo menos posible, ha sido la mejor arma de resistencia de la vieja política y la manera de entenderla de Mariano Rajoy y el PP».

Para los socialistas y su futuro equipo dirigente, este es un camino trufado de trampas, internas y externas, sometido a presiones de todo tipo pero que se pueden superar si tal y como dice la presidenta andaluza el PSOE retoma la conciencia de ser un partido ganador y no mero comparsa de unos o de otros. Lo primero será asumir los errores cometidos, lo que no hizo Pedro Sánchez en la entrevista de Évole. Lo segundo, trazar una estrategia que pueda conectar de nuevo con los millones de españoles de clase media y trabajadores que le dieron el poder a los socialistas durante 22 años y que transformaron a este país; ahora, además de recuperar los votos perdidos, les queda el apasionante reto de acercarse al votante joven e inyectarle en vena que es un partido que puede dar respuesta a sus problemas. Todo esto no será posible sin un liderazgo serio, ilusionante, indiscutido y comprometido no sólo con sus militantes sino también con los millones de votantes que en las tres últimas elecciones le dieron la espalda. Las políticas que va a poner en marcha el nuevo gobierno del PP les puede facilitar la tarea.