Numerosos son los defensores de las capacidades y bondades del ser humano a la hora de realizar la multitarea, apelando a la capacidad rentable de tener diversas ventanas abiertas a la vez, como si el procesador de nuestro cerebro cabalgase al mismo ritmo que uno informático, y la banda ancha hubiese llegado no sólo a nuestras oficinas y hogares sino también a nuestro neocórtex.

El ritmo vertiginoso causado por la era digital y sus ya imprescindiblemente vitales autopistas de cuarta generación, han desplazado los límites de la concentración, el esfuerzo y el desgaste neuronal al que nos vemos sometidos. Mientras se siguen sumando personas a la carrera urbana sin fin para estar actualizadas y conectadas -desde que abren los ojos hasta que se acuestan- en las sombras, acecha sigiloso e inconsciente el colapso por exceso de información simultánea -televisión, portátil, tableta, móvil y otros juguetes de pantalla plana- con miles y miles de impactos emitidos cada día con la esperanza de captar y retener la atención. Todo un tiovivo de opciones infinitas para una jornada reducida, sin capacidad de negociación, a tan sólo 24 horas. No es extraño entonces tener presente el vaticinio del «libro blanco del empleo» del siglo XXI, cuando apunta que la psicología será una profesión al alza, para atender entre otras cuestiones las mermas de las capacidades de socialización reales frente a las virtuales, de tanta participación por los ya oficialmente denominados prosumers o consumidores proactivos.

Otro efecto secundario no deseable y difícilmente evitable del multitasking digital -además de los coches que sospechosamente no saben circular ciñéndose a su carril- es la caída progresiva hacia delante, del esqueleto humano. Cada vez más tangible y observable en la calle, un acrecentado número de viandantes caminan inmersos en los mensajes de su móvil desplazando el peso dinámico de sus cráneos de los 8 kilos de media en estado erguido y equilibrado, a un rango que oscila entre los 18 y los 22 kilos, según la inclinación reverente ejercida para atender a la demandante pantalla. Si el australopithecus levantase la cabeza, se lo pensaría dos veces antes de dedicar su vida entera luchando por convertirse en homo erectus, si total, parece que al final fue para nada.

Realizar varias tareas a la vez sin que mermen los resultados, requieren de una atención virtuosa y agotadora, si no, que le pregunten a un director de orquesta. Por ende, la batuta digital puede pasar de ser una excelente herramienta a una pesadilla para nuestra salud, física y mental.

@RocioTorresManc