Querido Richi:

Las últimas veces que hemos hablado ya estabas barruntando dejarlo. Y es evidente que no lo pensabas porque no te sintieras con fuerzas o sintieras que no eras dominante en esa competición de la que eres el líder estadístico. Las ofertas que manejabas ya no eran de tu nivel. Estoy convencido de que el problema no era el dinero, sino más bien que los clubes no pueden ofrecerte las necesidades que alguien como tú, con mujer e hija, debe tener.

Yo no quiero recordarte lo gran jugador que has sido (y eres todavía). Para eso sólo hay que meterse en Youtube o mirar quién lidera muchos de los apartados estadísticos de la LEB, una competición que has dominado y dominas dentro y fuera de la cancha. Además, eso lo puede hacer cualquiera sin el privilegio de haber compartido vestuario contigo. Sí, el privilegio, porque yo no soy de los que dice que tuve la suerte de entrenarte. Mi suerte fue que tú jugaras para mí. Y lo digo porque yo aprendí más de ti que tú de mí.

Es evidente que he disfrutado de verte jugar, de estar a pie de cancha observando cómo hacías partidos fabulosos, sin que nadie fuera capaz de defenderte. He visto cómo te marchabas a los vestuarios en muchas canchas ovacionado por un público que te admiraba y que te agradecía la lección de baloncesto que acabadas de dar, sin pensar que eras un rival o que nos habíamos llevado la victoria que ellos deseaban. Pero lo más grande que hacías pasaba inadvertido para muchos. Tú fuiste capaz de hacer mejores a ese grupo de niños que te rodeaban en el equipo. Esto sí que tiene mérito. Sin duda que ellos también te ayudaron a ti en otras facetas del juego, pero tú también fuiste responsable del crecimiento de aquellos jugadores que ahora siguen su carrera en la ACB.

No se me olvidará jamás aquella primera reunión en el gimnasio de Los Guindos cuando quise explicarle a los chicos quién eras tú y cómo nos ibas a ayudar. Tus nuevos compañeros ponían cara de no entender nada, preguntándose: «¿qué hace aquí este señor mayor? ¡Es imposible que pueda hacer eso que dice el entrenador!».

Sinceramente, hasta yo tenía alguna duda de que pudiera hacerte encajar en un equipo de jugadores muy jóvenes con el que pensábamos hacer baloncesto de jóvenes en una competición profesional. Ese fue para mí el reto. Y para ti también porque tenías que meterte en el bolsillo a esos niños y poner todo tu esfuerzo para ganarte su respeto y liderar aquel equipo.

Pues eso lo conseguiste muy rápido. Sólo necesitaste jugar el primer partido de pretemporada. No sé si lo tenías preparado o se dio así, pero que te tiraras al suelo en tu primera jugada con la ambición y el hambre de un niño que se quiere comer el mundo disipó todas las dudas que pudiéramos tener. La realidad es que aquella primera jugada en aquel primer partido inició la admiración que sentimos por ti todos los que pertenecíamos a aquel equipo.

Ver cómo apadrinabas a Kenan o a Viny, sentir cómo ayudabas a Víctor, escuchar cómo hablabas a Alberto o a Pepe demuestra que no sólo eres grande con un balón en las manos, eres grande como persona y con un enorme corazón. También estuviste ahí cuando las cosas me fueron mal y eso es algo que jamás olvidaré.

Conocer a ese Richi es mucho más sorprendente que conocer al jugador. Ese fue nuestro gran legado porque de ese hombre no todos podemos hablar. Eso no engorda tus estadísticas ni te hace líder de nada pero te llena de cariño de todos los que compartimos vestuario aquellos años.

Ahora cuelgas las botas pero yo, que te conozco un poco, sé que no puedes dejar el baloncesto. La pelotita naranja es tu vida. Piensas 24 horas en baloncesto y seguro que seguirás haciéndolo. Nuestro deporte no puede permitirse el lujo de perder a alguien como tú, por eso espero que sigas ligado a este mundo. Ahora abrirás una nueva etapa con nuevos retos, retos en los que habrá más privilegiados que puedan aprender de ti dentro y fuera de la cancha.

Tomes el camino que tomes, te deseo lo mejor en tu futuro aunque sé que, hagas lo que hagas, triunfarás seguro.

Mucha suerte y un gran abrazo, Richi.