Ante noticias como la muerte esta semana de una niña de 12 años tras un coma etílico, a los que somos padres o tíos o abuelos nos entra el pánico por la posibilidad de que algo así pueda ocurrirle a nuestro chaval. Nos preguntamos el porqué y empezamos a buscar culpables. En las redes sociales encontrarán a gente que acusa a los padres de la niña por dejarla salir con amigos a los 12 años y hay quienes piensan que no debería haber estado en la calle a las once de la noche. Otros creen que los ayuntamientos deberían impedir de forma rotunda los botellones, que las tiendas tendrían que controlar más la venta de alcohol a menores, o que hay que dar alternativas de ocio a los chavales que no pasen necesariamente por beber. Vale. Todo esto está muy bien, pero los jóvenes tienen que salir alguna vez con amigos, a los 12 años, a los 13 o a los 15.

Claro que hay que ponerles horario, pero todos sabemos que de cinco de la tarde a diez de la noche se puede uno beber el Mediterráneo si le da la gana. También sabemos que si prohíbes el botellón aquí, los chavales se van a beber allá; que siempre hay un amigo de 18 que compra el ron para todos y que pocas actividades pueden competir con la atracción de los adolescentes por pasar el rato con su grupo.

Creo que el problema es otro. El fallecimiento de la pequeña que se desplomó el 28 de octubre tras cuatro horas haciendo botellón es, dando gracias, un hecho aislado, pero no el consumo de alcohol entre menores. Pregunten a sus hijos si alguna vez han visto a alguno de sus amigos o amigas borracho hasta caerse al suelo y verán lo que les contestan. A ellos no les ha pasado, claro, pero a fulanito sí.

No nos engañemos. La mayoría de nuestros hijos beben cuando salen inconscientes del riesgo que conlleva el consumo de alcohol y la pérdida de control. Pero ¿cómo van a ser conscientes de ese peligro? Desde que han nacido nos han visto celebrar todo lo celebrable con alcohol igual que nosotros lo vimos de nuestros mayores. No hay reunión familiar sin cerveza o vino ni salida sin copa. Ver a la mamá y al papá bailando y riendo con los amigos el sábado tras dos cañas es lo más normal del mundo. No hay fiesta sin alcohol. Han crecido viendo a sus hermanos beber, lo asocian con la diversión, esperan hacerse mayores para tomar una copa, y cumplir la mayoría de edad para dejar de hacerlo a escondidas y tomar una cerveza en las comidas familiares.

Asumimos que todo el mundo bebe y sólo pretendemos de nuestros hijos que esperen a tener edad y que lo hagan con moderación ¿Y nos extraña que a veces se pasen? Suerte tenemos de que las muertes como la de la niña de San Martín de la Vega sean excepcionales.