Vivimos tiempos revueltos. El ambiente está muy cargado. Pero, también nuestro interior. El que más y el que menos, comete muchas infracciones. Una tiene que ver con el exceso de nutrición y grasa. Cuando, hace ya décadas, se empezó a advertir que los malos hábitos alimenticios, de las modernas sociedades, llevaban aparejados problemas sanitarios de gran magnitud, se insistió en que la dieta mediterránea nos salvaguardaba de esos males. Pero no hemos hecho caso. En cuanto la prisa y la cultura del mínimo esfuerzo empezaron a convertirse en el paradigma de nuestro modo de vida, nos dejamos invadir por la comida rápida, con mucho sabor, pero rica en grasas y azúcares, con sus nefastas consecuencias. Seguramente habrán oído hablar de las investigaciones llevadas a cabo en la Universidad de Wisconsin, donde analizaron las reacciones bioquímicas en el cerebro de unas ratas a las que se administró distintos tipos de dietas. Las que recibieron una elevada en grasas, quedaron «enganchadas» y, cuando se les retiró la dosis de grasa, desarrollaron síntomas similares a los del síndrome de abstinencia que sufre un drogadicto cuando se le priva de su dosis. La verdad es que muchas personas utilizan la comida para calmar sus angustias, las tensiones y el vacío interno que experimentan. Pero es un error, porque después de atracón viene el dolor del arrepentimiento. Y, algunas, deciden hacer una dieta, que, en muchas ocasiones, suele fracasar, porque, lógicamente, son restrictivas y prohíben algo que les gusta muchísimo. La nutricionista Berta Durán apunta que «las dietas restrictivas hacen que, a nivel físico, se disparen hormonas, como el cortisol o la insulina, lo que a la larga se traduce en sensación de angustia, indigestión, diarrea, e incluso más grasa localizada de reserva». Además, según la terapeuta Sophie Da Costa, en el terreno psicológico, «si le negamos a nuestro cuerpo lo que siempre ha utilizado para calmar su ansiedad y sentirse bien, terminaremos haciendo trampa y comiendo más y peor». Y es que el problema, a veces, no es lo que comes, sino lo que te come a ti. La ansiedad, el estrés, la rabia, tensión, frustración, soledad y el miedo son algunos de esos devoradores. La verdad es que, señoras y señores, el asunto es muy complejo y no se va a poder salir de ese círculo vicioso ansiedad-comida-culpabilidad-ansiedad hasta que no se descubran todos los detonantes emocionales y se aprenda a controlarlos adecuadamente.