La decisión del PSOE de abstenerse y favorecer la elección como presidente del Gobierno de un miembro del PP ha sido muy criticada por parte de la clase política y de la sociedad. Sin embargo, esa abstención es un novedoso y bienvenido síntoma de madurez de nuestro sistema democrático.

Aunque generalmente se considera que el final de la Transición se sitúa en la entrada en vigor de la Constitución y en las elecciones generales de 1979, la consolidación democrática se retrasa por la mayoría de historiadores hasta el fracasado golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 o hasta la victoria del PSOE en las elecciones generales de 1982, distinguiendo así entre ‘transición institucional’ y ‘transición política’.

Ahora bien, esa transición política se ha visto lastrada hasta ahora por un problema político de inmenso calado que, sorprendentemente, ha sido aceptado, cuanto no alentado, por una gran parte de la sociedad y de las bases de los partidos. Efectivamente, muchos españoles han aceptado de buen grado la perpetuación de ‘las dos Españas’ y de ese discurso guerracivilista por el cual, la izquierda y la derecha nunca deberían ponerse de acuerdo en nada, y mucho menos para garantizar un gobierno estable.

Desde el punto de vista práctico, la deliberada incapacidad para llegar a acuerdos de investidura o de gobierno ha hecho que el PP y el PSOE, pese a sumar entre los dos grandes mayorías parlamentarias, hayan sido rehenes en distintas ocasiones de lo que algunos denominan ‘la tiranía de las minorías’, especialmente por parte de los partidos nacionalistas, que han garantizado la gobernabilidad a cambio de beneficiar a sus territorios en detrimento del interés general.

Sin embargo, después de dos elecciones consecutivas y de muchos meses de bloqueo institucional, el PSOE ha apostado por la responsabilidad y la moderación. Sin duda, esta nueva forma de afrontar los procesos políticos, a la que el PP no va a tener más remedio que sumarse, se ha visto beneficiada por la irrupción de Ciudadanos, una formación sin complejos ni ataduras con el pasado que ha sabido negociar y dar estabilidad, por ejemplo, a los gobiernos del PSOE en Andalucía y del PP en la Comunidad de Madrid.

Se inicia una nueva etapa en el parlamentarismo español, en la que PP, PSOE y C’s, que ocupan más del 70% de los escaños, están llamados a articular los pactos de Estado necesarios para afrontar los grandes retos a los que se enfrenta nuestro país.

Algunos, especialmente muchos socialistas, pensarán de buena fe que con la abstención, el PSOE ha traicionado sus propias esencias. Sin embargo, esa valiente decisión ha abierto una senda sin marcha atrás hacia una verdadera democracia en España, en la que los acuerdos de los partidos mayoritarios garanticen la estabilidad institucional y en la que los gobiernos legítimamente elegidos no se vean coartados por ciertas minorías insolidarias. Ahora sí, la transición política ha finalizado.

Pérez Tortosa es abogado y profesor-tutor en la UNED Málaga@FrancescPerez_