Esto va genial. Tenemos Gobierno, tenemos Rajoy el Invencible para la eternidad, el majara Donald Trump puede pulsar el botón nuclear, los magacines siguen buscando a Diana Quer, Ana Rosa Quintana aparece tan cardada como de costumbre, en Mar de plástico cuesta distinguir quién es Luis Fernández de su personaje, Salva Morales, el guardia civil más chulo al otro lado de los invernaderos, Ana Blanco no piensa cambiar jamás de peinado así pasen por su mesa las cabezas de todos los directores de TVE que fueron, son, y serán, pidiéndole que lo haga, Jorge Javier Vázquez prometió no respirar más hasta que Change.org revocara con otra petición pública la recogida de firmas que pide que lo larguen de GH, cosa que a mí me parece justo, así que firmo para que Jorgeja siga al frente del tinglado porque con él, según parece, al tinglado le quedan dos telediarios, sin duda terribles y aterradores, dicho como lo dice Pedro Piqueras. Los de Hazte un selfi, por muy blanca que tenga la sonrisa Uri Sabat, por mucha Adriana Abenia que hayan puesto al lado, no levanta cabeza, y es una cosa testimonial que hunde, más, la sobremesa de la cadena. Susanna Griso cuelga sus arreos de periodista política y enseguida se echa en brazos de Nacho Abad y su cargamento de violadores del ascensor, del aparcamiento, del asesino de Pioz, el joven brasileño Patrick Noriega que se cargó de una tacada a sus tíos y a dos primitos, una tregua para alargar, más, los casi dos meses de culebrón en torno a la desaparición de Diana cuyo móvil fue encontrado por un mariscador que buscaba berberechos próximo a la autovía en Boiro, cerca del muelle de Neixón. Qué putada, qué gran putada, querida Ana Rosa, que la brigada judicial de la guardia civil le haya prohibido a este vecino hablar con los medios, con lo bonito que quedaría un reportaje justo en el lugar donde, oh, maravilla, encontró el iPhone 6 de la chica.

TODO EN ORDEN

El país, al fin, funciona, todo va según lo previsto. TVE sigue manipulando, Antonio García Ferreras habla más que sus colaboradores, se ha abierto juicio oral a Manuel Chaves y a José Antonio Griñán, ex presidentes andaluces, que se sentarán en el banquillo con los ERES quemándoles el culo, y la segunda temporada de Víctor Ros volvió a La 1tan discreta como se fue, y eso que su protagonista, Carles Francino, lo está dando todo tal como vimos en el primer capítulo, que enseñó tetera y lomos como lo hacían alegres los chicos de Al salir de clase. Está todo tan en su sitio que hasta La generala, otra que nació para vencer las tempestades, mantenerse a flote, y ganar las batallas en directo o en diferido, es capaz de echarse al monte para tener conversaciones profundas con la puta cabra de la Legión, que Mariloli Cospedal es muy suya y sabe cómo empezar la casa por los cimientos. Está todo tan en orden que hasta el senador de Podemos, Ramón Espinar, otro revolucionario de guapura descuidada, el del pisito de protección oficial que al venderlo ganó 19.000 euros, ya sabe lo que es tener en su nuca el hedor del loco aliento de Eduardo Inda. Total, a lo que voy, que los de Super Shore están donde tienen que estar, en la casa marbellí de la Costa del Sol, en la pantalla de MTV, follando como locos, de fiesta hasta el amanecer, y bebiendo como si no hubiera un mañana. Super Shore es ese tipo de programas que no hace falta saber ni el antes ni el ahora, ni el nombre de unos ni de otras, ni sus cualidades ni sus manías, sólo hay que ponerse ante la pantalla y comprobar cómo la degradación humana puede alcanzar cotas tan elaboradas en esta parte de mundo con tan alegre desparpajo.

SEMEN Y BÍCEPS

Es verdad que esta gente no engaña a nadie. No hay ni trampa ni cartón. En la casa que los acoge se muestran como se espera que se muestren, dando espectáculo, que el espectador elige agradecido o rechaza asqueado. O peor, aburrido. En esta especie de desenfadado burdel con cuerpos esculpidos y cabezas bañadas en ginebra, hay rutilantes estrellas que hacen su agosto por discotecas de polígono que nacieron en las cocinas de estos bárbaros productos que tienen la cualidad de retratar no sólo a quien los hace sino a quien los consume. En este contexto oigo las conmovedoras declaraciones de un espécimen llamado Rafa Mora, que dice que no se dedica al porno porque «no calzo bien para esto». No puede ser. Ahora resulta que este duro ejemplar la tiene chica. A Jorge Javier le conmueve tanta sinceridad, y yo, viendo la escena, sensible por demás, he de retirarme la lágrima que humedece mi mejilla, sniff. Políticos así necesita este país. No que tengan el rabo de críos, no, sino que digan la verdad como los gañanes de Super Shore, como una de las señoritas de esta camada, que asegura que «no necesito ir de cama en cama para destacar, no soy una guarrilla». Dice Laura Abril, directora de MTV, que entienden que es un programa polémico, pero que hay que pensar que es sólo un entretenimiento que retrata la vida de unos jóvenes. No pretendemos ser referencia ni referente para nadie, concluye. Pues esa es la putada, que sí, que son referentes y referencia para muchos jóvenes, querida Laura. Estos tipos, empapados en alcohol y con el trabuco siempre cargado, y esas tipas, que salen de casa de caza, arreglan sus problemas a voces, a puñetazo limpio, primates que marcan su territorio con orines, semen, y bíceps. Claro que son referentes de conducta, de valores. Claro que Super Shore entroniza la vulgaridad y propaga la idea de que el joven, chica o chico, se levanta a las doce, se maquea, y su único problema es dilucidar si monta el pollo en casa o en la disco, vestido, o en tanga y a loco. No es lo peor. Los de Super Shore se ganan unos euros tocándose la flor. Su audiencia ni eso.

LA GUINDA

Prostituta feliza

Lo dijo antes de morir. Cuando muera, que esparzan mis cenizas en el Parque del Oeste, en Madrid, donde fui una puta feliz. Así lo escribió La Veneno, estrella trágica de la tele que la parió, aunque nació como Joselito en Adra, Almería. Pepe Navarro la encumbró y ella sola se perdió. El otro día moría de un golpe en la cabeza que se dio en su propia casa. Tan inocente como ordinaria y vulgar, Cristina Ortiz no fue feliz. Se le notaba