La pueden encontrar en una perpendicular de la calle Santa María Micaela. Por regla general, y sin que esto se entienda como una justificación a favor del maltrato urbanístico a golpe de espray, ni soy partidario de los grafitis textuales ni dejo de serlo. Pero les reconozco que, normalmente, me llaman la atención y me paro a leerlos. A veces, uno encuentra en ellos mensajes con acierto y clarividencia. Aunque éste no es el caso. Aquí, la pared luce, o desluce, lo siguiente: «Eres tan guapa que duele. Pero duele más que me ignores en facebook. P.D. Háblame». Una simple pintada que, entre los transeúntes, puede limitarse únicamente a provocar cierto desagrado con motivo de las manchas que acarrea su impronta en el inmueble. O a veces ni eso. Sin embargo, lo que de primeras puede parecernos algo trivial, incorrecto o incluso levemente contestatario, tiene también potencial para esconder en su trasfondo una de las lacras sociales más difíciles de atajar en nuestros días. En el primer renglón, el autor del mensaje, posiblemente un varón en edad temprana, parece dirigirse a una chica y tratar de llamar su atención en términos limitadamente poéticos. Pero acto seguido, este frágil amago de profundidad inicial desemboca en una temerosa frivolidad al manifestar que la causa de su dolencia hacia ella radica en su aparente falta de diálogo vía red social. Es posible que, llegados a este punto, el escribidor, que diría Vargas Llosa, no sea tan trascendente ni tan poeta. Pero es aquí donde aflora mi miedo interior, mi sospecha y mi suspicacia. El texto culmina con una frase imperativa que pudiera ser la punta del iceberg machista en el que, posiblemente, se enraícen los comportamientos, actitudes y modales del autor. Una de las múltiples recomendaciones actuales que la Policía Nacional aconseja a los adolescentes para evitar la violencia por razón de sexo es poner freno a aquellas pautas de comportamiento ajenas que afecten al control personal de las redes sociales, del teléfono móvil o de la simple libertad para hablar o dejar de hablar con quien a uno le plazca. Así, y a mi juicio, bien pudiera ser que esta frase sea una alerta más fruto de los tiempos oscuros que nos han tocado vivir respecto a la educación y cuidado de nuestros jóvenes. Ojalá me equivoque, pero últimamente este tema parece hacer aguas. También en nuestra ciudad. Por todos es sabido que quien hizo la ley hizo la trampa, ya fuera de manera consciente o inconsciente. Durante el tiempo en el que estuve trabajando en los juzgados de instrucción de la costa, fui testigo directo del abuso que, en algunos casos, con vistas a obtener las correspondientes ayudas legales y perjudicando a las verdaderas víctimas, generaba la utilización torticera de las medidas de protección a ciertos colectivos. Sin embargo, el salto cualitativo que supone la manipulación fraudulenta de los engranajes y resortes del ordenamiento jurídico por parte de un menor implica una incuestionable alarma social, al igual que todas las agresiones y las violaciones protagonizadas a través de las redes sociales, presentes y activas en multitud de hogares pero no siempre debidamente controladas. En lo que llevamos de año, ha despuntado en nuestra provincia una amplia casuística que abarca desde la detención de un menor por difundir fotos y vídeos de su exnovia desnuda, hasta la falsa denuncia, conforme a sentencia pendiente de firmeza, de una menor frente a cuatro compañeros de colegio por lesiones y agresión sexual. ¿Es quizá el acoso en las aulas la manifestación de un problema mucho más profundo y que probablemente tenga su origen en comportamientos de índole paralela que brotan dentro del entorno personal y familiar? ¿A qué nos enfrentamos en estos tiempos sombríos donde nuestros menores mueren por coma etílico, acosan en las aulas, maltratan a los padres, violentan las redes sociales, gestionan el ciberacoso e interponen denuncias falsas? No lo dejen de lado. Piénsenlo un rato antes de pasar la página. Aunque no quisiera concluir sin volver al principio e ilustrarles con el final de la frase plasmada por el grafitero: Un emoticono tremendamente cabreado con dientes de media luna hacia abajo. ¿Una amenaza directa? Cualquiera sabe. Llámenme alarmista. Pero me da miedo.