Las manifestaciones callejeras contra Donald Trump son inéditas en Estados Unidos. Dimana de ellas una reacción avergonzada por el talante humano y la ramplonería populista de quien va a gobernar el país los cuatro próximos años. Aunque el rechazo (No eres mi presidente, dicen pancartas y gritos) sea un gesto sin posibilidad de redimir la humillación, quedará en la historia de la democracia americana como precedente de dos problemas: la arbitrariedad de una norma electoral que, además de presidentes buenos o malos es capaz de empoderar monstruos; y la prueba por ahora más elocuente de que el sistema está gravemente enfermo y favorece su propia crisis cuando ni siquiera concibe un cambio por la supervivencia.

La reacción se localiza en las ciudades de las dos costas del país, cuya conciencia política y sensibilidad cultural lideran en el mundo la imagen de progreso de EEUU. En general, la masa del voto a favor de Trump procede de los estados de concienciación amorfa, que poco o nada aportan a la personalidad del país en la percepción exterior de su presunto liderazgo democrático. Aterra pensar que el presidente se proponga gobernar en sintonía con sus votantes , y es irónico esperar que las dos cámaras parlamentarias, de mayoría republicana, sean el filtro de la razón en todos los dislates que salgan de la Casa Blanca.

En las democracias europeas ocurren cosas vergonzosas, empezando por la española. Los populismos de cualquier signo remiten a un peligroso primitivismo en el ejercicio político, pero su acelerada aparición y crecimiento -ahora estimulado por el éxito de Trump- es el fenómeno que ya tenemos ante los ojos. El neofascismo rampante en Europa quiere mandar en las instituciones para eliminarlas. Esta acción evidente no ha despertado la reacción necesaria, que no puede ser otra que la evolución de los cambios positivos para perfeccionar un orden institucional que se anquilosa y provoca, entre otros efectos funestos, desigualdad y frustración. Se están encontrando analogías con el acceso de Hitler al poder, pero la reacción no aparece. El mundo libre está enfermo y el que no lo vea está ciego.