La victoria de Donald Trump estaba al parecer más cantada de lo que pensábamos, incluso de lo que se pensaba en el mismísimo Estados Unidos. Pero siempre hay alguna que otra sorpresa. El Washington Post, aquel periódico que investigó el «caso Watergate» y que en la actualidad intenta averiguar como otras cabeceras el futuro que le aguarda a la prensa, ha publicado una encuesta de electores que arroja contradicciones sobre el perfil del votante, pero al mismo tiempo deja en muy mal lugar algunas impresiones que ha manejado bastante al tuntún la intelligentsia. En ella se intenta explicar las claves del inesperado triunfo del magnate inmobiliario que no era, al parecer, tan inesperable.

En primer lugar, Trump logró un récord al obtener un 58 por ciento del voto blanco que corresponde al 70 por ciento de los sufragios. No se materializaron en las urnas las consecuencias por los exabruptos hacia la mujer del candidato republicano: no hubo aumento del voto femenino y Clinton consiguió la misma diferencia que Obama había alcanzado sobre Romney hace cuatro años. Tampoco se rentabilizó por parte demócrata la amenaza xenófoba: no hubo aumento del votante latino. Obama ganó tanto entre los electores con estudios como sin ellos; Clinton, no. A su vez, Trump atrajo más evangélicos blancos que Romney.

El futuro presidente no enganchó con nuevos votantes: sustancialmente no existieron. Fue la elección del cambio y la ganó. La economía era lo más importante y entre los votantes de Clinton se impuso por diez puntos, pero Clinton perdió. Los correos hicieron daño y el Obamacare ayudó a Trump. En los debates, mientras que la impresión de los medios fue que había ganado la candidata demócrata no lo vieron así los electores. Como tantas otras cosas.