En el anterior Gobierno las únicas notas de color las ponían los ministros salientes Margallo y Jorge Fernández, que en algo han estado a la altura, pues el de Exteriores ha sido extrovertido y parlanchín, y el de Interior introvertido y secreto (aunque cuando ha hablado o filtrado ha sabido armarla). Parece que Rajoy, además de no gustarle hablar y menos aún decir algo cuando habla, deplora que sus ministros hablen y más todavía que digan. Imagino que cada vez que leía lo que decía Margallo -alguna vez cosas sensatas- o lo que en un rapto espiritual o un apremio de conciencia se le escapaba a Jorge Fernández (ahora en nómina de maldito), le cursaba esa cólera remetida suya, que luego traslada a factura. Con la salida de los dos el Gobierno se queda sin sus extremos de alegría y tristura. Y, de paso, los que siguen o entran ya saben que en Casa Rajoy se prohíbe decir lo que se piensa.