El CNI no espió al pequeño Nicolás. Oh. Qué decepción. Para una cosa interesante que podrían hacer los servicios secretos españoles resulta que no lo hicieron. Aunque claro, lo más inteligente es pensar que sí lo hicieron pero tienen que desmentirlo. Si lo reconocieran no serían servicios secretos. Ni inteligencia nacional. El CNI no es secreto porque no lo veas, es secreto porque te ve. Yo quiero un biopic, una película, un documental, una novela sobre ese espía del CNI que tuvo que espiar al pequeño Nicolás. Podría incluir unas escenas como esas del film Quemar después de leer, de los hermanos Coen, con Clooney, Malcovich, Brad Pitt, etc. que reflejan las conversaciones entre un agente y el jefe de los servicios secretos, y que deberían pasar a la historia del surrealismo humorístico.

Si creyeramos en las teorías de la conspiración, incluso sin creer, podríamos pensar que en realidad Nicolás es agente del CNI, dado que es listísimo pero se hace el bobo.

Con una capacidad de interpretación tal que a veces uno está tentado de pensar que en realidad es que es bobo, cuando lo cierto es que es un gran actor. No duden que haya recibido clases de interpretación y así de paso espiara a los aspirantes a actores y actrices, que ya sabe el lector que son revoltosos por naturaleza, gentes de mal vivir y buen beber, aficionados a sustancias diversas que potencian el amor libre y las revoluciones. El pequeño Nicolás ha tenido acceso a un tipo de gente y a unos ambientes en los que ha podido atesorar información que vale mucho. Como me dijo una vez un viejo periodista, «la información es poder. Es poder vivir de la información».

Uno ve al pequeño Nicolás algo ya envejecido, o sea, con pinta de tener veinte años. Enchaquetado, más flaco y con un desparpajo que en vez de salir de los juzgados parece que sale de realizar con éxito un transplante de corazón.

Urge un pequeño Nicolás en cada provincia, tal vez lo haya, asistiendo a todos los saraos para hartarse de croquetas, hacerse selfies con políticos y zascandilear por entre bambalinas proponiendo negocietes. A lo mejor a ese jovenzuelo que usted encuentra en cada exposición pictórica, presentación de libro o congreso de partido y que le saluda afabilísimo y con mano húmeda y blandingona es el Nicolás que a usted le corresponde. Mímelo. Pero no le preste dinero ni le compre un automóvil ni lo nombre su albacea. Si acaso, tiéntelo delante de una caña y unas bravas con un veamos qué puedes hacer para una recalificación de terrenos y tal. Bueno, y tal, no. Mejor, o sea. En esos ambientes hay que decir mucho o sea.

La bromita de decir que no lo espió el CNI le va a costar al personaje una multa de cuatro mil euros y pico, lo cual puede incitar a gente con pasta y ansias de notoriedad a decir lo mismo, pagar la multa y luego dejar que se extienda la duda, que se cierna sobre ellos la sospecha de que son espiados, también el misterio, las habladurías, el vete a saber lo que sabe ese. Dotado de este aura bien se puede ligar o hacer negocios o ser carne de plató. Y convertirse en un Nicolás, practicando un prudente nicolasismo, realizando nicolasadas. Algo españolísimo y ya casi entrañable.