Se le está poniendo cara sarracena. Algo más triunfalista que belicoso. Una serenidad de hombre que contempla las llamas y finge un poco de estrés, por aquello de no parecer arrogante. Rajoy se sabe con el botón de la legislatura en su secreter. Y mientras soplen las encuestas, le basta con una amenaza de detonación para que el socialismo orgánico, el mismo que le ha aupado, empiece a perder aire y se sienta en la obligación electoral de rizar el rizo y plegarse a sus maquinaciones. Mal empieza el asunto. Nunca se ha visto una mayoría simple tan poderosa. El PP no arrasó en las elecciones, pero consiguió que Susana y la demoscopia le dieran la cabeza del PSOE, que es más siciliano y puede que hasta más efectivo con los presupuestos y las reformas. Lo decían los antiguos y los senequistas: la izquierda muere siempre por implosión. Y más, se entiende, si hace rato que dejó de ser izquierda. Al final ni cambios en la legislación laboral ni enjuague fiscal y ni siquiera Fernández Díaz. Después de tanta enmienda y tanto amago, resulta que lo único defenestrado ha sido Pedro Sánchez. Y suma y sigue por estos pagos: con la sanidad y la educación en una deriva cada vez más difícil de solapar, por más que en Andalucía a algunos les guste hacer malabarismos amarillistas con lo de las líneas rojas. En qué momento se jodió el Perú. Siempre me gustó esa frase, aunque la utilice a menudo el escritor, el amigo de la Preysler. España gira la nuca hacia Trump. Y eso es una mala señal. Sobre todo, si se considera la habilidad que tienen nuestros empresarios y legisladores para importar lo peor de Estados Unidos y convertir en un sucedáneo infernal lo que parece que funciona. Si por Michigan se abarata el despido, la patronal se vuelve yanqui e imita la jugada, aunque sin tener en cuenta que eso, sin la capacidad de crear empresas y trabajo y con el elevado nivel de fraude de nuestra economía no es más que un suicidio, una nueva condena para envilecer aún más la situación de los trabajadores. Esa manía tan española de empezar la casa por el tejado. Y de pensar, si apuran, nada más que a corto plazo. Cuatro años más de Rajoy y de sumisión a la caseta ultraliberal de Europa sólo servirá para consolidar un modelo productivo cuya virtud empieza a aposentarse en exclusiva en la capacidad de producir barato, despojando al personal de tardosindicalismos y de cualquier tipo de emolumento proporcional a sus méritos y a su trabajo. Lo contaban, hace años, los amigos finlandeses: el problema en España no es que se trabaje poco, sino que se trabaja demasiado y generalmente mal. Y eso redunda en lo mismo de siempre, en la falta de formación en humanidades de su empresariado, de su clase política. Rajoy sigue empeñado en contradecir a Obama perseverando en el recorte, prescindiendo del estímulo de la inversión, sin plantearse siquiera poner el acento en el ingreso fiscal y en la contratación, a ser posible de un modo que permita a los trabajadores dejarse los cuartos en bagatelas, que es la gran industria del siglo XXI. Volver otra vez a la imposibilidad de negociar y plantear alternativas es como para hacérselo mirar. Especialmente, en la línea que separa la política de la actitud del técnico de servicio que obedece porque se ha sacado unas oposiciones. Mucho trabajo le queda a la oposición. En primer lugar, para aprender a ser oposición, enredada como ésta en la dicotomía entre parlamentarismo y megáfono, la crisis total de identidad y la sumisión responsable. Lo de la URSS, por comparación, era un bravuconada. Aquí sí hay alguien con poder para mandar a tomar por saco la baraja.