Guste más o menos, el PSOE ha sido un instrumento políticamente valioso para la consolidación de la democracia y para el desarrollo de España. Y guste más o menos, el PSOE es necesario para el futuro del país siempre y cuando recupere ese espacio de izquierda reformista que se ha dejado robar por los podemitas que confunden el Congreso de los Diputados con un circo de tres pistas porque han visto a la entrada un par de leones. El PSOE es necesario para este país y su gran reto como partido reformista es reconstruir la desconchada casa del pueblo (por cierto casi todas vacías y sin actividad) e hilar un discurso sólido que se deshilachó en el mismo día que las primeras tiendas acampaban en la Puerta del Sol hace ya años. El PSOE, el partido que puso los cimientos de la sociedad del bienestar, tiene que volver a colocar sus propios cimientos. Ha cometido tantos errores y los ha retransmitido en directo que ha desorientado a sus militantes y a sus votantes hasta tocar su fondo electoral. La puntilla a cinco años de despropósitos llegó con el famoso comité federal y la dura imagen de los diputados socialistas absteniéndose para permitir un gobierno del PP de Mariano Rajoy. Luego llegaron las purgas de los diputados díscolos y la más que segura revisión de las relaciones entre el PSOE y el PSC de Iceta, lío que tiene pinta de abandonar la sección de política para acabar en la de sucesos y necrológicas. El escenario, desde luego, no es fácil; la solución tampoco.

Visto desde fuera hay dos corrientes sobre lo que debe hacer el PSOE: convocar un congreso extraordinario ya para elegir por primarias al futuro secretario general o dar tiempo a que cicatricen las heridas, armar mientras un discurso para que esa mayoría social que les votó tengan bien claro qué es lo que le mueve al PSOE e identifiquen claramente sus políticas como sucedía en el pasado. Es decir, remozar y repensar los fundamentos de un partido devastado electoralmente y roto internamente y una vez conseguido convocar una congreso para la elección del nuevo líder del partido. Lo que no tendría sentido es cruzar el río antes de llegar al puente como pretende Pedro Sánchez, alegando que se ha estafado a los militantes. O sea, toca primero el debate político y luego las personas. Una estrategia que para Pedro Sánchez y sus fieles es un ardid para retrasar el cónclave y desactivarle como candidato, si es que su escasa pericia política no han provocado su desconexión con la realidad.

Cualquiera sabe que no es lo mismo lanzar mensajes para los trescientos mil militantes, que para los 4,5 millones que les votaron en junio de 2016 o volver a ilusionar a los 11,2 millones de españoles que les votaron en 2008. Ahí está diferencia y no les vendría nada mal a los socialistas relentizar un poco el ritmo de sus pulsaciones, abrir las ventanas para que entre aire fresco y trabajar con menos sensación de urgencia.reconocen que están hundidos, pero de nada sirve salir a flote con unos cuantos remiendos que salten en el próximo congreso.

Para este crítico viaje el PSOE ha tenido la suerte de contar al frente de la gestora con el asturiano Javier Fernández, de ritmo pausado, que al igual que Rajoy nunca mira el reloj a la hora de encarar un problema y que conduce al partido con serenidad y sensatez hacia el congreso que marque su futuro. Bajo la atenta mirada de Mario Jiménez, el hombre de Susana Díaz en Madrid, Fernández ha ido apartando de la primera fila a los diputados afines a Pedro Sánchez y ha convocado a un amplio senedrín de notables socialistas llamados a cimentar e impulsar el debate sobre el nuevo proyecto socialista. Ahí están Eduardo Madina, Ignacio Urquizu, Luz Rodríguez, Ramón Jáuregui, Matilde Fernández, Amelia Valcárcel, Rosa Conde, Rafa Simancas, José Andrés Torres Mora... a los que s irán sumando más referentes de dentro y fuera del PSOE de distintas generaciones para repensar los fundamentos de un partido devastado electoralmente y roto internamente. Ellos irán encauzando el trabajo de cara al comité federal del próximo mes, el que tiene que aprobar la hoja de ruta y el calendario para el 39º Congreso, que culminará con la elección de un nuevo secretario general.

Hay pocas dudas de que Susana Díaz dará el paso. Refugiada hasta ahora en refranes para evitar pronunciarse de forma clara («Estaré donde quieran mis compañeros, en la cabeza o en la cola» o «estaré donde mis compañeros quieran y lo haré con toda ilusión»), esta semana en dos entrevistas televisivas en el mismo día en La Sexta y Telecinco, la presidenta de la Junta de Andalucía obvió en sus muletillas incluir que su sitio está en Andalucía. Tras el bronco comité federal, Díaz dio un paso atrás y mantuvo un perfil político más bajo de lo habitual para desactivar la idea prefijada de que ha sido ella la que ha forzado desde el poderoso PSOE andaluz la dimisión de Sánchez y quien ha permitido el Gobierno del PP, acusación que procede de los socialistas catalanes pero que media España hace suya. Por lo pronto Díaz, y ante la ausencia de una voz potente del PSOE en el Congreso, ejerce de «jefa» de la oposición a Rajoy como le recrimina el propio presidente del PP andaluz, Juanma Moreno. La presidenta de la Junta ha subido la intensidad del tono de la confrontación reclamando a Rajoy desde que justifique los recortes en la Ley de la Dependencia, implantando las 35 horas, urgiendo a la reunión de la Conferencia de Presidentes y el Consejo de Política Fiscal y Financiera para abordar de manera inmediata la reforma del sistema de financiación..., y recordándole al presidente del gobierno que se acabó «la mayoría absoluta y el absolutismo». A la par que se lanza para ejercer como líder del PSOE y marcar el discurso del partido, mira de reojo si Pedro Sánchez inicia su prometida caravana electoral para presentarse a las primarias. No le tiene miedo a Pedro Sánchez, pero sí a las primarias.