Trump ha confirmado que rechazará el salario anual de 400.000 dólares asignados al presidente para cobrar sólo uno. El asunto no es nuevo aunque tiene que ver con la afición a estafar a la opinión pública de un acaudalado millonario chapado en oro que durante la campaña viajaba en clase turista para atraer la atención de los electores. No pocos jefes ejecutivos ricos y líderes políticos renuncian en Estados Unidos a sus sueldos por distintas razones, entre ellas la evasión fiscal. El fallecido Steve Jobs decía que rehuir el salario es la mejor forma de apostar por uno mismo: si tus empresas lo hacen bien, puedes, en cambio, ganar una fortuna.

En algunos casos la renuncia conlleva jugosas ventajas fiscales, acciones u otras formas de compensación. El propio Trump durante todos estos años se ha encargado con su actividad empresarial de dejar constancia que no es muy amigo de los salarios si se trata de evitar el pago de impuestos. Sus intereses son otros. La ley no le obliga a separar los cargos de sus negocios y mantiene 500 sociedades en 22 países, hoteles en paraísos fiscales, campos de golf, etcétera. Aunque ha anunciado que prohibirá a los colaboradores futuros las puertas giratorias, durante la campaña jamás quiso distinguir la política de los negocios. Es más su principal argumento ante al electorado, además de la patraña del gobierno de la gente, era ofrecer la imagen de triunfador para hacer nuevamente grande a América.

Fingir que uno no se mueve por el dinero no significa que vaya a dejar de ganarlo. Tampoco es una garantía de eficacia. Michael Bloomberg, entre los diez más ricos del mundo, renunció a su sueldo como alcalde de Nueva York y, sin embargo, fue para la ciudad el más caro de todos al convertirse en un lugar mucho menos asequible para la clase media y los pobres.