Lilian Tintori, creyente, esposa del preso político más famoso del chavismo, Leopoldo López, ha pedido al Papa que «no bendiga la dictadura de Maduro». Al mismo tiempo ha desplegado en el Vaticano una pancarta exigiendo un canal humanitario para los que sufren la represión, y elecciones en Venezuela. Mientras tanto la mayoría de los venezolanos sigue clamando por un referéndum revocatorio del presidente convertido en una especie de rehén de la indignación popular pero que, sin embargo, sigue moviendo sus hilos para ganar tiempo y no dejar el poder. El Papa, a su vez, se ha mostrado partidario del diá- logo. Todo el mundo se aferra a él cuando no ve solución a los problemas. A Maduro le viene bien para seguir en el machito, soltando de vez en cuando, como gesto de buena voluntad, un preso. Es lo que solía hacer el castrismo cuando crecía la presión internacional a favor de los derechos humanos vulnerados en la isla. La misma política que practicaba el apartheid en Sudáfrica con los presos que exigían el fin del repugnante régimen racista de Pretoria. El «populismo democrático» de Chávez arrojó hasta 2012, el año de su muerte, niveles de desigualdad más bajos que en otro lugares de América, aunque también una galopante corrupción y el saqueo particular de los beneficios del petróleo. Los mandatos arbitrarios del caudillo venezolano estuvieron marcados por los abusos de poder, la constante violación de las garantías constitucionales y un fuerte clima de indignación en las calles. El régimen se encargaba de que sus candidatos ganasen en las urnas, por las buenas o por las malas. Ahora ni siquiera queda un resquicio para la justicia redistributiva en un país arruinado por la cleptocracia dirigente.