Está demasiado lejos y no es Madrid como para visitarla en el día porque sí. Desde Málaga hay que ir por algo a Sevilla. Y sin embargo Sevilla y Málaga están cerca. La estancia media de un turista en Málaga es de dos días con sus nochecitas de biznaga, catedral, museos, foto en el banco de la plaza de la Merced junto a Picasso en bronce, su pescaíto y su playa. Sin entrar en la fugacidad chancletera de los cruceristas y en el rayo ése de la estacionalidad que no cesa. Cómo aconsejarle entonces a un viajero desde una Málaga eminentemente turística que pase uno de esos dos días en Sevilla€ Responder a ésta y a otras cuestiones concretas son los deberes del eje Málaga-Sevilla y Sevilla-Málaga. No sólo adoptar juntas el internet de las cosas para leer los contadores del agua en Emasa y Emasesa, como han hecho las dos ciudades de la mano en el congreso Smart City de Barcelona.

El eje es plausible porque parece claro que con sólo no entorpecerse más, favorecer una mayor cercanía y abundar en complementariedades apelando a la lógica cooperativa de la economía de escala ya ganan ambas ciudades. Y si se trabaja en escenificar esta inédita cooperación los sevillanos irán dejando de sentir la inducida mala leche en los ciudadanos de Málaga que han generado los agravios de la Junta (unos reales como puños y otros interesadamente dimensionados). Hoy mismo, sin necesidad de trasladarse a las primeras emisiones en los años 80 de aquel Telesur (llamado «Telesevilla» por muchos boquerones que ya empezábamos a mirar a la dársena del Guadalquivir más como tintoreras que como chanquetes), resulta fácil utilizar como agravio la multa de 46,5 millones de euros que acaba de imponer la UE a 17 localidades sin saneamiento integral. Porque cuatro son de Málaga, que se juega la supervivencia de su modelo económico en la ruleta rusa de la limpieza de su mar de Alborán. Algunos hemos echado los dientes en esto reivindicando en la prensa y la radio local durante décadas el eternamente pendiente saneamiento integral de la Costa del Sol, en gran parte responsabilidad de la Junta, que no de Sevilla (y menos de los sevillanos)

La lista de agravios ha sido tan espoleada por algunos políticos malagueños que alimentaban interesadamente el fácil, visceral e indeseable localismo, como ha sido obviada por políticos sevillanos que no estaban interesados en explicar los agravios y hacer comprender a los sevillanos por qué desde Málaga parecía que se les quería poco. El sevillano estaba a lo suyo, ensimismado en el orgullo de su hermosa ciudad, sin necesidad de andar en agravios comparativos. Pero a medida que Málaga crecía, el malagueño vivía necesitado de identificarse en la defensa de la suya contra la ciudad a la que, desde la diferencia, en las dimensiones cada vez la suya se parecía más.

En el encuentro «Desde las dos orillas», al que como columnista de La Opinión de Málaga generosamente me invitó la Fundación Alcántara, directores de periódicos y parte de la «fiel infantería» de la canalla opinante, y sobre la que opinar, algo inmoderados bajo la batuta de Teodoro León Gross (excepto la prudente Ana Barreales), coincidimos en que la antigua rivalidad vecinal con Granada (de la que Málaga dependía administrativamente en bastantes cosas) se desplaza a Sevilla con la creación de la administración autonómica. Hasta entonces Sevilla estaba lejos (y casi sigue estándolo durante la Expo para la que a pique estuvo de no construirse la llegada de la A92 a Málaga, aunque sí la autovía al Algarve portugués, por recordar otro agravio que en su legítima inocencia muchos sevillanos desconocen). No se miraban demasiado la tradicional Andalucía romana en su nodo de Itálica y la fenicia oriental -a pesar de la lex Flavia Malacitana-, con el perfil orográfico de la mandíbula de Amílcar Barca, el legendario general cartaginés al que tanto le gustó citar a uno de los protagonistas del estimable (des)encuentro celebrado en la sala de la Fundación Cajasol, al periodista y escritor Félix Machuca, que por suerte y dada su finura artillera se empleó más en el combate dialéctico con su epicúreo paisano Javier Caraballo que con quienes íbamos desde Málaga.

Con amable lealtad recordó Félix que cuando trabajábamos juntos en los años 90 haciendo televisión en Canal Sur, nos creíamos que con cada escaleta diaria podíamos ayudar a «vertebrar» culturalmente Andalucía. Entendíamos que ése era el fundamento que legitimaba el nacimiento de la televisión autonómica. Aunque vertebrar es un verbo que luego fue manoseado por el partidismo institucional, favorecido por la dilatada no alternancia política en la Junta. Pero ambos seguimos creyendo, siendo diferentes, él desde la Torre del oro y yo desde la Farola, que ésa es una asignatura pendiente que se puede y debe aprobar con nota. Que dos alcaldes de partidos distintos pero que se tienen química, De la Torre y Espadas, Espadas y De la Torre, parezcan creer hoy que sin partidismo se puede sacar partido, sin partir nada, del eje Sevilla-Málaga y Málaga-Sevilla, es para estar esperanzados. Y ojalá que el resto de Andalucía, no sólo Córdoba y Granada, también lo esté.