La política no deja de sorprendernos. Hoy la muerte de Fidel Castro coincide con las primeras decisiones del nuevo presidente Trump. Del último símbolo vivo de lo que fue el socialismo real a la expresión más acabada de una derecha populista que ha sido capaz de vencer democráticamente en el país de la democracia. Quizás uno de los signos de nuestra época sea un malestar democrático que se ha canalizado hacia una política de los extremos, un revival del populismo y una derechización de la política. Si bien la derecha gobierna ahora, sus políticas no han calmado la insatisfacción ante la crisis y de ahí se está produciendo una fractura en su gobernabilidad. Por un lado, una derecha liberal que ha gobernado y sigue gobernando la crisis con las políticas de austeridad y cuyo máximo exponente sigue siendo Angela Merkel, y, por otro, un neoliberalismo defensivo y populista que está por ver, al menos, en tres escenarios, el post-brexit, el trumpismo y las elecciones francesas donde Marine Le Pen puede obtener un resultado preocupante. El dilema ahora es saber si estas dos derechas convergerán en sus políticas. La primera, porque es lo que lleva haciendo hace tiempo y piensa que es la única que da resultados para salir de la crisis. La segunda, porque la realidad del poder y del gobierno, probablemente, les hará moderar el populismo de sus propuestas exhibido durante las elecciones. La realidad está marcada por la rutina de una política sin imaginación pero que puede marcar la recuperación lenta de la crisis y el avance hacia un modelo social lleno de desequilibrios, frente a las políticas inciertas de unos políticos que para progresar enarbolan la exclusión. Haría falta, pues, un debate serio sobre las políticas del futuro ante la alternativa de la rutina y la de un aventurismo que presenta incógnitas y amenazas a la democracia.

Sin embargo, si la derecha gobierna con comodidad es porque la izquierda está desorientada, dividida y necesita más que nunca un debate serio de ideas sobre lo que significa el socialismo hoy y, por otro, sobre las políticas que deben de gobernar el mundo en que vivimos. Es preciso un debate necesario porque las alternativas son difusas. Lo que está claro es que el Estado de Bienestar y las políticas sociales que intentan reducir los problemas de los más desfavorecidos a través de políticas redistributivas no puede ser ya la única fórmula, en un mercado de trabajo fragmentado y con una digitalización de la economía y de la sociedad que exige nuevas respuestas políticas y sociales. La vigencia del socialismo sigue siendo fundamental si no aceptas la injusticia, la desigualdad o la pobreza como algo inevitable. En palabras de Joan Subirats, «Ser socialista hoy, para mí, es luchar contra la prepotencia y la corrupción, contra la injusticia y la desigualdad, contra un sistema que genéticamente genera esas situaciones. Y buscar nuevos aliados que quieran explorar nuevas vías para construir colectivamente y en común, alternativas dignas y justas». La izquierda debe reflexionar sobre una base social que ha cambiado profundamente, sobre un modelo de sociedad que responda a nuestro tiempo y que debe construir y sobre un liderazgo que debe de llevar a cabo ese proyecto social, a través de las políticas que lo hagan posible. Los ejes: una economía que se adapte a la economía digital y global, un nuevo contrato social que restablezca políticas que corrijan la desigualdad ante los cambios de esta nueva era y, desde luego, el compromiso medioambiental como base de un mundo sostenible y posible. Lo que está claro, la necesidad de debates serios para salir de esta situación llena de alternativas difusas.