Fue en este mismo diario donde, hace unos días, leí que medio millar de familias recurren cada año a un vientre de alquiler en España y que Málaga es la única ciudad de Andalucía donde radica una agencia de gestación subrogada. Cuando terminé de leer la noticia, prueben ustedes y verán que no miento, abrí el buscador de google y tecleé el siguiente parámetro: adopciones en Málaga. El primer resultado que pude visualizar después de pulsar intro fue una entrada sobre adopción de perros. Sin embargo, y a pesar de la referencia de google a los perros, me consta que, en lo que a familias de acogida se refiere, Málaga presume de un alto índice, y así lo expresó el pasado mes de octubre Ana Isabel González, delegada de Igualdad, Salud y Políticas Sociales, quien indicó que más de sesenta familias de Málaga están disponibles para acoger a menores que requieran una guarda o tutela inmediata. Yo, por mi parte, no voy a cuestionar ni a someter a valoración moral ninguna de las técnicas o posibilidades que, hoy por hoy, la ciencia oferta para hacer frente a los casos de infertilidad que afloran en el seno de numerosas parejas. Pero lo que sí les diré es que la adopción tiene capacidad por sí misma para alzarse, no como una solución a un problema, sino como una primera opción dentro de un proyecto de vida en pareja (heterosexual o no) o en solitario. Aunque claro, para llegar a esta conclusión hace falta sentarse, pensarlo un rato y sincerarse con uno mismo y con el mundo. Tampoco dejen de tener en cuenta que no es preciso, como presupuesto previo, padecer un problema de fertilidad para adoptar a un niño (y no añado niña porque el uso genérico del masculino designa la clase y no quisiera propiciar un desdoblamiento artificioso e innecesario según la RAE). Por alusiones, y por ampliar, es también la RAE la que, en su tercera acepción del término, define a la madre como aquella mujer que ejerce las funciones de madre, extendiendo por tanto su significado más allá del criterio de la concepción. Y en la misma línea, el ordenamiento jurídico equipara la filiación adoptiva a la natural. Sin embargo, me diera la sensación de que estamos ante una institución, la adopción, que la sociedad acoge con cautela cuando le toca de cerca y a la que relega como la última de las opciones en los casos en los que la imposibilidad de tener hijos biológicos se presenta. Así, también pudiera decirse que nos encontramos frente a un supuesto en el que la lengua y la legislación caminan por delante de la sociedad y sus tabús. Pero ni siquiera las instituciones promocionan suficientemente, si me permiten la expresión, una opción vital que, sin duda, puede presentarse como natural, instintiva y lógica para aquellos que no pueden alcanzar la concepción. De hecho, en el último informe del Observatorio de la Infancia, tan sólo se reflejan en Málaga diez propuestas de adopción y quince menores adoptados, mientras que la cifra de menores tutelados por la administración alcanza los novecientos cuarenta y siete, por debajo de Cádiz y Sevilla. Y mientras google nos remite a los perros, hay personas que quisieran tener hijos e hijos que quisieran tener padres. Todo ello aderezado con un orden de prelación social que pareciera anteponer la medicalización de un proceso de fertilidad, que no discuto y respeto, frente la respuesta que la propia naturaleza, el corazón humano y, por qué no, el sentido común, ofrecen. Así está el patio. Y no voy a hablar de dinero porque me parece ordinario. Pero recuerdo una noche en la que uno de mis hijos, justo antes de acostarse, me preguntó que cuánto me había costado traerlo a casa. Yo me sonreí antes de darle un beso, taparlo y decirle que no me había costado nada. ¿Los niños se dan gratis, papá?, me preguntó sorprendido. Le dije que sí, que durmiera tranquilo y que no se preocupara por eso. La felicidad, gracias a Dios, no depende de la sangre que, al fin y al cabo, se lo digo yo, no es nada más que un líquido que nos permite seguir vivos.