Sorprende que la política interese poco, cuando últimamente ofrece una vertiginosa sucesión de noticias impactantes con el constante nacimiento y muerte de estrellas. Recapitulemos el último mes, triunfal en acontecimientos: nace Donald Trump como inesperado presidente americano y muere políticamente Hillary Clinton, empeñada en llegar a la Casa Blanca, sin talento suficiente para lograrlo. Quien dude si afectará eso a nuestras vidas, aunque suceda a miles de kilómetros, que tome nota de los riesgos.

También pensaban los más confiados que el referéndum del brexit era asunto privado de los británicos y ya se anuncian inversiones y desinversiones allí que nos afectan aquí, mientras se forman borrascas que pueden disparar referéndums similares en Europa. La elección de Trump refuerza en Francia las expectativas de la extrema derecha de Marie Le Pen, partidaria también de enviar la aventura europea al desván. Y en ese proceso se ha enterrado al expresidente Nicolas Sarkozy que llegaba a las primarias convencido de su reelección como freno a Le Pen. Otra víctima más en el reality show político de este mes de vértigo.

A escala doméstica, el infarto de Rita Barberá, alcaldesa durante un cuarto de siglo de la tercera ciudad de España, disparó una polémica en tres dimensiones: si se la debía respetar o no con un minuto de silencio, porque podría haber formado parte del aparato de financiación irregular del PP en Valencia, algo aún no determinado judicialmente; además, si su partido la abandonó en sus horas bajas y la pena agravó sus males físicos; y si los medios de comunicación -entre ellos las «hienas» periodísticas, tal como las describe Rafael Hernando- se excedieron en su acoso hasta derrotarla. Lo cierto es que esa muerte se produjo en un hotel de Madrid a setenta metros justos del hemiciclo del Congreso, lo que reforzó el impacto emocional de la noticia. Y que los diputados debían guardar ese minuto de silencio mientras el cadáver estaba aún allí de cuerpo presente, a la espera de que los familiares llegaran desde Valencia. «Si este país tiene que debatir sobre si guardar o no un minuto de silencio, por humanidad, cuando alguien muere, es que está peor de lo que creemos», sentenciaba Eduardo Madina.

Llevábamos en España dos días de debates ariscos en estos tres planos de polémica agresiva, alimentada por gestos como la presencia de Mariano Rajoy en el entierro de Rita, sin que la dirección del PP en Valencia acudiera, cuando la muerte de Fidel Castro cubrió con un velo informativo otros acontecimientos no menores: por ejemplo, la formación en el País Vasco de un gobierno de coalición comandando por nacionalistas del PNV con participación de socialistas, sin permiso previo de la Gestora del PSOE. Y, quizás, gracias a no consultarlo. Un acuerdo político para avanzar en el autogobierno vasco pero respetando la Constitución que deja en fuera de juego la escapada al monte, sin apenas perspectivas, del Gobierno de la Generalitat catalana.

La densa esquela informativa de Fidel Castro y las reacciones y especulaciones sobre el post castrismo han tapado en parte la resurrección de Pedro Sánchez en la batalla del PSOE. La gestora quería contraprogramarlo con la imposición de una medalla a Zapatero en Toledo por Emiliano García Page. Si los recursos imaginativos de la Gestora del PSOE solo llegan hasta ahí, deberían contratar a algún directivo televisivo experto en batallas de audiencias.

Pedro Sánchez inicia su reaparición en ruedos valencianos mientras Susana Díaz confirma que quiere torear en Madrid. Ahora sí coge el tren. De momento ha logrado la neutralidad del aparato del PSC forzando un viaje del hábil Miquel Iceta a Sevilla, que quiere convertirse en capital del PSOE. El riesgo es que se quede como capital de un gran partido, pero solo del sur de España porque en el norte su predicamento mengua. Aunque tampoco iba a ganar el brexit, ni Trump y estaba casi conseguido lo de Sarkozy. La política es cada vez más apasionante y pone y quita personajes como en un reality show televisivo. Apasionante.