El Gobierno se apresta a subir los impuestos del tabaco y el alcohol. No dejan en paz a nuestras aficiones. La oposición no ha dicho nada, ocupada en derogar leyes mordaza que en realidad no pueden ser derogadas y sí cambiadas; en revocar Lomces sin atinar a que es todo el sistema educativo (que no logra formar gente con afición a la lectura y capacidades idiomáticas y tecnológica) el que necesita una enmienda a la totalidad seguida de un consenso que lo saque de la melé política. Tenemos la mala suerte de que cada ministro de Educación esté tentado de pasar a la historia como el gran reformador. Y ahí está la historia, tozuda, sumiéndolos en el olvido, luego de someterlos a un marasmo de polémicas coyunturales. Ya nadie se acuerda de Wert, que seguirá en su palacete de Paris. La etapa Wert sólo ha servido para que él aprenda francés, lo cual es un avance, dada la escasa cuantía de paisanos políglotas que tenemos.

El Gobierno también quiere pegarle un impuestazo a las bebidas azucaradas. Es curioso que se grave a un producto por llevar un producto y no al producto en sí. En Estados Unidos el maíz tiene pocos impuestos pese a que causa, condimentado, cocinado, aderezado, muchos problemas de obesidad. Pero el lobby mazurquero o maicero es fuerte y no se le tose. Si acaso se le invita a palomitas.

Impuesto a bebidas azucaradas, alcohol y cigarrillos. Si usted está leyendo estas notas con un ron cola y un Winston sepa que no lleva una vida fiscalmente saludable y que puede dañarse o enfermar del bolsillo. El Ejecutivo espera recaudar quinientos millones con estas subidas de tasa a las bebidas azucaradas, algunos alcoholes y el tabaco. Estaríamos a gusto, gustosamente fumando y bebiendo, si tal cantidad fuese a las pensiones o a mejorar la sanidad o la educación. Pero mucho nos tememos, echando humo por la nariz, que no vaya a ser así. El verdadero problema de la socialdemocracia es que al español es el sistema que más le gusta... para los demás. Es decir, nos gusta que se paguen muchos impuestos, que los servicios públicos funcionen bien, pero somos duchos en escaquearnos fiscalmente, hacer trampas, transacionar en negro y otras actividades igualmente ventajosas pero poco edificantes. Una prueba, por cierto, del dudoso sistema educativo es que hayamos empleado el verbo transacionar, que además de ser feo quizá ni exista. O sea, como los dragones. Ya sabemos por Franklin que «no hay nada cierto salvo la muerte y los impuestos». Pues bien, fumando y bebiendo tenemos la oportunidad de acortarnos la vida, método no descartable para pagar menos al fisco. Sin olvidar que el estado teme las muertes en masa porque se queda sin contribuyentes. No conviene olvidarse tampoco de que hasta la muerte lleva cargas. «El pensamiento está libre de impuestos», nos dejó dicho Lutero, que no contaban con esta sociedad de interneses que lo saben todo de ti y te tienen cogido por los cataplines y por los inspectores de Hacienda. Yo acabo de poner en Google ´transacionar´ y me ha salido una publicidad de una asesoría fiscal. Mejor me hubiera estado quieto, dedicado a mis aficiones libres de impuestos. Como inventar palabras. Es mi gran evasión. No de impuestos.