El complejo Bauhaus de Dessau, en la antigua Alemania oriental, cumple este domingo noventa años desde su construcción por Walter Gropius. En realidad, la Bauhaus la había fundado Gropius unos años antes, en 1919, en la ciudad de Weimar, gran centro cultural germano, estrechamente ligado a sus dos mayores poetas: Goethe y Schiller. Gropius sucedió a Henry van der Velde, que había estado al frente de la Escuela de Artes Aplicadas de Sajonia-Weimar , y decidió trasladar la institución rebautizada como Bauhaus a Dessau por no soportar las presiones de la ultraderecha gobernante en Weimar.

Gracias al alcalde de Dessau, Gropius pudo levantar en Dessau el nuevo complejo de la Bauhaus, en el que colaborarían algunos de los más importantes artistas de la vanguardia centroeuropea.

Gropius estuvo sólo un año al frente de la Bauhaus de Dessau y fue sucedido allí por el suizo Hannes Mayer antes de que tomara el relevo otro famoso arquitecto, Ludwig van der Rohe.

Éste la llevaría a su vez a Berlín en 1932 para terminar disolviéndola un año después, el de la llegada de Hitler al poder.

En Dessau pueden visitarse actualmente tanto el edificio que acogió las clases impartidas, entre otros, por Oskar Schlemmer, Marcel Breuer, Johannes Itten, László Moholy-Nagy, Herbert Bayer o Paul Klee, como las pequeñas casas familiares donde vivieron Gropius y sus colegas.

Los profesores de la Bauhaus hacían sobre todo hincapié en la necesidad de superar tanto los cánones estéticos, materiales y arquitectónicos tradicionales, como la separación de las distintas disciplinas.

La arquitectura debía erigirse en «madre de todas las artes» y bajo su tutela se fusionarían la pintura, la fotografía, la escenografía, el diseño industrial y otras manifestaciones creativas para formar una Gesamtkunstwerk (obra total).

Los profesores de la Bauhaus crearon un nuevo canon arquitectónico caracterizado por la ausencia de ornamentos en las fachadas, la horizontalidad de las ventanas, los tejados planos y el recurso a grandes ventanales de cristal como signos de libertad y transparencia.

Su influencia fue enorme en toda la primera mitad del siglo XX hasta el punto de convertirse la Bauhaus en sinónimo de funcionalismo, modernidad, minimalismo y vanguardia.

Tuvo, eso sí, sus detractores, entre ellos el periodista norteamericano Tom Wolfe, que le dedicó un divertido panfleto bajo el título de From Bauhaus to our house, traducido aquí como ¿Quién teme al Bauhaus feroz? En ese librito, el maestro del nuevo periodismo critica el papanatismo de quienes en Estados Unidos se postraron ante el nuevo canon de una arquitectura que él tachaba de desnuda, fría y abstracta, una arquitectura que prohibía cualquier manifestación de exuberancia o el mínimo optimismo.