Decidí contemplar un encuentro y una huida. En la mitad de este puente se alargan los silencios: se escuchan algunas campanas y oídas muchas sirenas. La Familia bien, gracias. Los amigos siempre, desde la distante cercanía, son quienes nos recomiendan la calma después de la tormenta. Ha llovido tanto.

Se pondrá los vestidos que tú elijas. Ella -la ciudad-, finalmente no vino, tenía un compromiso. Visitamos las recomendadas y se fijaron en el que estaba puesto en el escaparate, me pregunto ¿por qué? El miedo a que salga mal. Es imposible que la olvide.

«Justicia pido, que no gracia». Suya es la culpa, que no mía; nos dirigimos tan despacio que no llegamos a tiempo y, entre todos, hablamos de tal manera que nadie entiende. Corre y vuela, estamos en un trinar.

Vamos tan quedo que no arribamos a ese intervalo. Hablo de tal modo que ninguno me interpreta. Que vengas pronto pues me place, esta ciudad, Málaga, donde las luces crean sombras y la oscuridad la desvela. Posteriormente de atisbar lo transcurrido por el puente, solo queda la otra mitad del vértigo en continuar el trasiego. Las alturas no se miden por sus enterezas, se calibran por las miradas.

En mitad de un puente siempre se deja el deseo de atravesarlo para volver al principio. No obstante, sabemos que hay que cruzarlo para llegar al final. Málaga se despierta, de nuevo, frente a sus dudas y tanta fragilidad. El agua, nuestra cómplice hermana, decide por nosotros, como siempre, sin preguntar hacia dónde nos dirigimos. Los malagueños en mitad de un puente: ¿seguir o volver? Es el asunto. Reflexionemos todos para poder salvar esta conexión... a la ciudad calada.