Ya lo aseguró el doctor. Si la tabla es la que manda y hay que llegar al balón antes que el contrario, decía también el sabio traumatólogo, jugar con la cabeza y correr con los pies es imprescindible, sin olvidar que el fútbol es un juego de choque y hay que disputar la pelota con determinación. Pero hay algo con lo que se nace, más allá de la técnica y la preparación física, que se perfeccionan y fortalecen en el entreno y el aprendizaje: el carácter, que también es previo a la personalidad; producto de aquel, de la formación y de la experiencia.

Hay jugadores que lo llevan en los genes, como Sergio Ramos y Luis Suárez, ahora; y antes Carles Puyol y Raúl González. Tan distintos como Messi, Modric, Iniesta o Ronaldo, que tampoco andan huérfanos del duende interior que les posibilita ser mejores cada día desde que andaban a gatas. El carácter se manifiesta en función del temperamento y las condiciones de cada cual. Unos lo basan en la fuerza y otros en la maña; algunos lo exteriorizan y otros lo mastican. El resultado es idéntico: un espíritu ganador en todo momento.

Y en los técnicos ocurre igual. Los hay que diseñan plantillas, sistemas y planteamientos con el fin de controlar desde el principio, casos de Guardiola, Klopp o Conte, lo que genera en sus equipos un fútbol vistoso, en el que también habría que incluir al novato Zidane, aunque aún ande en la búsqueda de su sello personal; y otros que lo hacen para jugar a la contra o con batallas infinitas en la defensa y en el medio, como Mourinho y Simeone, a quienes siempre justifican los resultados inmediatos por mucho que a medio plazo, especialidad del portugués, sus equipos acaban más sonados que las maracas de Machín.

Los vistosos pueden lucir en cualquier equipo, con la incertidumbre que tanto reiteramos de que el fútbol es un juego y el azar influye poderosamente; y los peleones van partido a partido, que dice el argentino, o año a año en busca del título perdido como persigue don Xosé desde su desventura en el Madrid.

El partido del sábado fue una muestra de lo que decíamos. El Barça de Luis Enrique es un equipo fabuloso con unas enormes diferencias con el resto de la plantilla. Ocho o diez, con otros tantos detrás que les faltan demasiadas cosas para inquietar a sus superiores, y arriba tres intocables. El Madrid de Zidane, por el contrario, aparte de Ramos, Marcelo y Modric, solo tiene a Cristiano y Bale como solistas imprescindibles; todos los demás son intercambiables, por mucho que las influencias presidenciales influyan en Zidane para considerar al guadianesco Benzema entre los indiscutibles. Menos mal que en un arranque de personalidad impuso a Casemiro hace un año en el medio centro, y otorgó papeles protagonistas a Lucas Vázquez y al canterano Carvajal, a quien desde arriba ya habían buscado sustituto en el inquietante Danilo.

En definitiva, solo hay algo que diferencia a los blancos de los culés: el carácter y el coraje. El hecho de que hasta los suplentes atesoren ese inmenso valor, casos de Mariano o Morata, evidencia lo que en el Nou Camp propició un punto importantísimo. Ramos y Modric fueron sus protagonistas, como podían haber sido cualquiera de los compañeros. El Madrid es así desde Di Stéfano.