El 14 de abril de 2012 publiqué en La Opinión de Málaga un artículo: «Ruth Olsen, escritora». Se puede localizar en este enlace: www.laopiniondemalaga.es/opinion/2012/04/14/ruth-olsen-escritora/499593.html

Unos días después recibí la llamada de unas admirables historiadoras granadinas. Estaban fascinadas con el personaje. Me pidieron más datos. En realidad todo lo que sabía de Ruth Olsen, aquella prodigiosa escritora norteamericana enamorada de Andalucía, estaba ya contenido en el artículo. Ni las ilustres historiadoras ni un servidor pudimos encontrar otras huellas. Era evidente que aquella amiga de España, consagrada a la gran literatura, habría ya fallecido. Y que jamás había publicado ninguno de aquellos escritos en los que ella trabajaba durante tantas horas en su austera habitación del patio de armas del Castillo del Inglés. El antiguo Hotel Santa Clara del Torremolinos de los años cincuenta.

La semana pasada, el 2 de diciembre, otra admirada Ruth se cruzó en mi camino. Ruth Marcus, la muy respetada columnista del Washington Post. Era implacable en su crítica a Donald Trump en una columna magnífica: «Bienvenidos a la presidencia de la postverdad». Es de aplauso la finta certera con la que abre su artículo: «La realidad de los hechos son cosas muy tercas. Así lo proclamó John Adams en 1770.» Y después añade: «O por lo menos eso pensábamos, hasta que elegimos para la presidencia a un hombre que desprecia la verdad y que es refractario a la comprobación de la realidad de los hechos». Me pregunto: ¿Es posible un presidente electo con mayor carga de toxicidad que este futuro ocupante del Despacho Oval de la Casa Blanca? Teman lo peor y probablemente acertarán.

Los «escuadristas» del brexit británico ya lo anunciaron en junio. Probablemente siempre les corresponderá el dudoso honor de ser las primeras termitas, los «town criers». ¿Fueron ellos los pregoneros de los nuevos tiempos, ya protofascistas? Ya en el 2005 se preguntaba el maestro John le Carré si Inglaterra se estaba deslizando hacia el fascismo. Lo recoge Adam Sisman en la página 595 de su biografía del maestro. Las promesas electorales de los brexiters eran en gran parte irrealizables. Y lo sabían. Para poder dinamitar la UE, mintieron a sus votantes. Fue el comienzo de la Revolución de la Postverdad. «Post-truth», sin duda una peligrosa patología del espíritu. Fue acertadamente elegido el término como La Palabra del Año 2016 por los editores de los Diccionarios de Oxford. Los brexistas ingleses y no pocos miembros del ala más primaria del Partido Republicano estadounidense hubieran odiado a alguien como Ruth Olsen con la misma intensidad con la que odian ahora a Ruth Marcus. Son mucho mas feroces que los miembros del cada vez más benigno Fascio que teníamos en estas tierras en los años cincuenta. Para ellos, alguien como Ruth Olsen era quizás demasiado brillante, demasiado honesta y sobre todo demasiado valiente y segura de sí misma. Aún así siempre fue respetada. Y al final incluso la apreciaban. Sé que ambas mujeres, la escritora enamorada de España y la columnista del Washington Post, se hubieran entendido perfectamente con Hannah Arendt. Judía alemana y brillantísima politóloga comprometida con lo sagrado de la verdad, fue implacable en su hostilidad al nazismo y a las ideologías totalitarias. Sé también que las tres damas citadas admiraban a Albert Camus. Por ser un gran escritor y un patriota francés que se jugó la vida por su país en la Resistencia antifascista. Albert Camus fue un «federalista europeo» y una de las personas más honestas e inteligentes de este planeta. En su ejemplo, tanto las dos Ruth americanas, como la que fue después su compatriota, Hannah Arendt, doctora en tinieblas, buscaban la luz que ahora quieren de nuevo arrebatarnos.