Tengo un problema. Sé que es un poco pronto, pero llevo un tiempo buscando la Navidad, y no la encuentro. La intuyo, la adivino, la huelo, la persigo, la marco como un perro de presa, pero no logro hincarle el diente. De vez en cuando atisbo destellos navideños en el alumbrado, en la cara del niño que ojea una revista de juguetes, en el villancico de la radio, o incluso en la mano de un abuelo que aparta el aguinaldo de su pensión, pero es un espejismo efímero y perecedero. No logro fotografiar la Navidad, se me escapa siempre. Entre que veo la escena, saco la cámara y enfoco, ya se ha ido la imagen a otra época del año.

Recorro las aceras, hablo con la gente, busco en álbumes antiguos, me documento todo lo que puedo para reconocerla a simple vista, pero últimamente nadie me da norte sobre su paradero. Dónde habita la Navidad, pregunto. Todos se encogen de hombros, miran para otro lado. Y eso que yo no cejo en el empeño. Soy como un francotirador, apostado entre el muérdago y los matasuegras, paciente e inmóvil. Espero y espero, no respiro, calculo la distancia y la velocidad del viento, pero no se me pone a tiro. Empiezo a barruntar, a malpensar que no existe, o lo que es peor, que existe pero soy incapaz de identificarla ¿Será eso posible? A lo mejor a ustedes también les pasa pero no se han parado a pensarlo. O puede que yo sea el único, no sé.

Digo, ojalá no, que pueda que les haya ocurrido como a mí y, con el tiempo, hayan confundido los términos de su naturaleza, de su esencia. Aunque no me hagan mucho caso, quizás no deberían atender a alguien que, como yo, no tiene claro un concepto puro y esencial como es la propia Navidad en sí misma. Pero me niego a aceptarlo, no lo admito. Yo recuerdo que la Navidad era algo visible, tangible, estaba ahí, al alcance de la mano. Salías a la calle, quedabas con tus amigos de siempre y ya. Ahora se escabulle y se disfraza, se camufla en el asfalto, entre anuncios y apetencias, pantallas y neones.

Quién sabe, a lo mejor con el tiempo ha mutado en una orgía de mercachifles y reglas de protocolo que no alcanzo a entender. Incluso puede que la pobre esté agazapada, esperando, deseosa de ser desvelada o redescubierta por una mirada limpia y crédula. Será lo más plausible, porque veo muy difícil que haya desaparecido así como así. No es un calcetín, tampoco un libro prestado, ni siquiera una promesa al viento.

Descorcho, envuelvo, decoro, paseo, compro, río, felicito, escojo, y nada. Pongo la tele y cada canal me atraganta la sobremesa con indigestas americanadas sobre amores no tan imposibles, programas sobre postureos de diseño con los refugiados, largos viajes en busca de una felicidad que vive en la puerta de al lado, Papa Noeles gordinflones y sin vocación que ven la luz en una postal olvidada, reposiciones de engominados éxitos de antaño, y refritos infumables de los, según ellos, mejores momentos del año. Pero no informan sobre la Navidad, no dan pistas de sus quehaceres y tribulaciones. Se llenan la boca de ofertas y promociones, del espíritu que la apadrina, de destinos idílicos para huir de sus efectos, de su repercusión en la economía, incluso de recetas culinarias con filigranas y artificios, pero nadie me dice qué ha pasado con ella.

Por eso les pedía ayuda, por si la han visto. Seguro que sí, deseo que sí, porque la Navidad es un sentimiento único, celebrar reuniendo a la familia, algo que une a millones de personas en todo el mundo, recordar a quien ya nunca brindará con nosotros, hacer balance entre lo que hicimos y lo que dejamos pasar, la enésima oportunidad, un año menos para conseguir lo que más deseamos, descubrir que todo lo que te importa está sentado a tu mesa, preguntarse por qué no perdono y olvido, intensa tradición mágica.

Usted, querido amigo, es más afortunado que yo y sabe que la Navidad, la auténtica, es revivir aquél pesebre de una forma tan sincera que nunca más vuelva a perderse entre el ruido y la tristeza. Así que, cuando la vea, hágale saber que la ando buscando y, por favor, dígale de mi parte que la echo mucho de menos. Gracias, de verdad.