Aunque pocos lo habrán notado, hace dos semanas que no comparezco. Se me extravió una palabra y, hasta dar con ella, he pasado catorce días explorando bosques de palabras lucientes y sombrías, navegando mares de vocablos líquidos y maleables, escalando riscos de palabros sólidos y recios, circunvalando universos de voces gaseosas y livianas... Han sido dos semanitas de trasiego palabrero sin holganza ni respiro, pero la he recuperado.

Sépase: tan arriesgado es conducir con una copa de más, como escribir con una palabra de menos. Cuando falta una palabra algunos ejercicios escribientes se vuelven imposibles, y lo más probable es que uno termine perdido en mitad de ningún sitio, sin palabro padre, ni palabra madre, ni perrito palabrero que le ladre... Sentirse solo de una palabra es exasperante, especialmente cuando la palabra ausente es una palabra noble. Las palabras nobles son fácilmente reconocibles: nos embelesan y nos enamoran perdidamente desde el minuto uno de la primera cita. Viceversa -que es mi palabra perdida y hallada en el templo a los catorce días-, es una de ellas. Viceversa es tan atemporal, tan auténtica, tan icástica como palabra y como concepto, que los siglos no la afectan. Es como si el mismísimo Saturno viniera ocupándose de prestárnosla individualmente a cada cual en nuestra vida, mientras él, per in sæcula sæculorum, pasea por los anales de sus predios con ella cogida de su brazo. Viceversa es tan suya, tan exquisita, que nos exige ser peritos en uves y ces y eres, para llamarla con decoro por su nombre. Vi-ce-ver-sa...

Este adverbio presumido, que nació para expresar el claroscuro, lo contrario, lo reluctante, lo opuesto, lo antitético, lo antónimo..., tiene vocación universalista y se deja poseer por los tres sexos, sin distinción ni querencia. Viceversa es la releche, la repera, la repanocha, la repolla, la reoca, el copón divino... Tan es así que no pocas veces en los últimos tiempos, para quitarme el malestar, he soñado con el viceversa de don Mariano, doña Susana, don Pablo, don Albert, don Alberto y con el del resto de los líderes y lideresas apadrinados por las urnas, y he flipado. Una gozada contemplar el viceversa de cada uno de ellos y a todos unidos ocupados en organizarnos la convivencia a sus padrinos, los terrícolas racionales de a pie. ¡Para no salir del sueño, tú...! Un deleite, un orgasmo supremo para el intelecto. Ojalá que nuestros próceres tomaran consciencia de su viceversa y lo dejaran fluir, por el bien de todos. Otro gallo cantaría...

Como otro gallo cantaría a nuestro turismo patrio si los que conformamos la entelequia que los tecnócratas postmodernos denominan Marca España hubiéramos dejado que fuera nuestro viceversa el que nos organizara el belén turístico. Niño Jesús, José, María, los Reyes, los pastorcillos..., todos serían distintos. Hasta el caganer sería distinto en ese belén turístico. Tan distintos, todos, que a ninguno se nos habría ocurrido nunca anatemizar a propósito de la sostenibilidad, la estacionalidad, la calidad o la innovación turísticas, por ejemplo, como si nuestras carencias respecto de ellas fueran el resultado de sucesivas intervenciones de fuerzas extraterrestres hostiles que nos pillaron en bragas y a traición cada vez, las muy cobardes. ¡Malditos marcianos, ¿verdad...?! ¿Lo nuestro será cachondeo o torpeza...?

La oferta de nuestra primera industria, el turismo, el silente héroe nacional durante nuestra mortífera última crisis, obedece más al resultado de impulsos «de fin a principios» que «de principios a fin». O sea, que lo cotidiano en nuestros anales históricos ha sido someter nuestros mutables principios de responsabilidad, sostenibilidad, innovación... a la trashumante y cruda oportunidad de desarrollo y riqueza puntual, en lugar de viceversa. El viceversa de nuestros actos, obviamente, habría sido que nuestro desarrollo y riqueza actual obedecieran al resultado de unos principios turísticamente responsables, sostenibles y sostenidos. Sin el inveterado «tríncalo picha/chocho, que mañana Dios dirျ nuestro discurso actual sería otro, más armónico y menos rimbombante; más esencial y menos aparente; más garante de futuro y de legado, y menos vendehúmos soteriológicos; más de inspiración realista basada en las causas, que desmemoriado argumentario electoralista basado en los síntomas...

Benedetti, verseando el viceversa, expresó «tengo ganas de hallarte, / preocupación de hallarte, / certidumbre de hallarte, / pobres dudas de hallarte». Y eso es lo que siento cuando, con la ilusión desilusionada de un veterano, anhelo que nuestro viceversa turístico aflore y alumbre nuestra viciada sesera turística.

¡Chanchi, ¿verdad...?!