Mientras escribo esta crónica semanal, que leerán -si les viene bien- el viernes, contemplo a mi vecino rocoso, el bien nombrado Monte San Antón, y me parece oír su lamento: «Aire, necesito un pequeño espacio libre de edificaciones para respirar como es debido». Sí, recuerdo cómo era cuando veraneaba, cada dos años, procedente de Sidi Ifni, antiguo territorio español en África Occidental Española, allá por la mitad del siglo pasado, nos encantaba ver sus laderas verdes, los preciosos espacios no edificados. Hoy, apenas le quedan unos metros libres. Dicen que esto es «el progreso». ¡No me fastidien! Ya apreciarán que me hago vieja más deprisa de lo que quisiera. ¿Y saben qué es lo peor? ¡No me han solicitado mi permiso! «Pena, penita, pena», como cantaba Lola Flores.

Bueno, respiro hondo y sigo con mi crónica. No merece la pena llevarse un berrinche cada diez minutos, no. La verdad es que los meses de años terminados en cifra par los llevo mejor. No me pregunten el motivo, no lo sé. Tampoco me he empeñado mucho en averiguarlo. Lo que sí sé es que vine a este mundo en año par. ¿Será por eso?

Ayer, ¡qué cosas me ocurren!, iba paseando por la avenida de Juan Sebastián Elcano y me paró una señora, a la que jamás había tenido el gusto de conocer y me preguntó: -¡Hola, señora. ¿Puedo hacerle una pregunta?». «¡Claro, si puedo contestarla, lo haré con gusto!». «Bien, ¿puede decirme por qué se empeña en llevar el pelo blanco cuando estoy segura que de color castaño le luciría más?». «Es una promesa, vecina».

Mi vecina se enfadó y se fue de mi lado sin despedirse. Quizás descubriera que la había engañado.