Despierto en la noche por efecto de la última luna llena, coincidente con uno de los repuntes de la tensión soberanista catalana, y al cargar la batería neuronal mirando tras la ventana a la señora del cielo caigo en que estábamos todos equivocados sobre el asunto, al movernos en un paradigma ficticio. El enfrentamiento planetario no es entre el nacionalismo catalán y la nación española, ni entre dos nacionalismos, el catalán y el español. Los polos verdaderos de esa oposición son Barcelona y Madrid, o sea, una ciudad que llora tener menos poder que el que merece, y otra que es poder en estado puro cristalizado en ciudad. Así que, me digo, habrá que llevar a Barcelona dos o tres ministerios y el Senado, por lo menos. Luego los detalles de la convivencia quedan para Colau y Carmena. En ese momento una nube necia interrumpe la comunicación, pero la visión se queda, como una cicatriz.