Existen varios motivos para redactar unas memorias. Uno no menor ha de ser el tener memoria. Es decir, algo que contar. Tampoco viene mal saber escribir. A mi las memorias de una langosta me interesarían mucho. O sea, cómo se vive en el fondo del mar (aunque ya voy sabiendo algo gracias a Bob Esponja), qué se come allí, como es una fiesta de langostas, si se casan, si copulan mucho, como es un domingo por la tarde en el mundo de las langostas, etc. Lo malo es que las langostas no saben escribir. Sin que sea mentira que hay memorias que parecen escritas por langostas. Pero conviene aclarar esto: las langostas piensan que tienen una misión en la vida y nosotros pensamos que la misión de las langostas en la vida es que nos las comamos. Cuestión de perspectiva. Por eso cuando compras una y le falta una pata te cabreas, en lugar de pensar que te ha tocado una langosta brava y peleona, que ha vivido y sentido, viajado y saboreado la vida. Por eso mismo podría redactar unas memorias. El día que perdí una pinza, podría ser el título de las memorias de esa langosta. Claro que el editor, nunca ajeno a la visión comercial, querría titularlas El día que se me fue la pinza.

Hay memorialismo ficticio, que si está bien escrito es una gozada. Algo así como lo que hace Vila Matas. Un memorialismo de ajuste de cuentas, como si Romanones nos hubiese querido explicar cómo y de qué tamaño eran los cabrones de los que estaba rodeado. Memorias bien pagadas que se venden mucho en Navidad, tipo José Bono; memorias de grandes y clásicos escritores, que se leen con el interés de la ficcción y el provecho de una carrera universitaria bien cursada. Se me han cruzado en estas fechas libros memorialísticos de uno de los hermanos Pániker, también de La Veneno ('Ni puta ni santa'), la autobiografía de uno de mis grandes ídolos, Johan Cruyff... La oferta es amplia. Los hay de o sobre Bill Murray, Paesa o Hitler. En boga está también una escritura nervuda de periodistas que redactan una biografía apresurada de algún deportista muy conocido. Son libros sabrosos, coyunturales, muy vendidos.

Una buena salida profesional también, sin duda, para periodistas que cumplan varios requisitos: no ser una langosta, tener el favor de un editor y conocer bien al ídolo sobre el que se va a escribir. He disfrutado mucho con algunos de estos volúmenes. También hay libros memorialísticos en forma de diarios de gente que no es muy conocida y que tienen el interés precisamente en eso: en que nos zambullen en vidas anónimas, tal vez como la nuestra. La clave quizás esté en conectar con las inquietudes de quien las lee, de plasmar problemas o vicisitudes con las que se identifique el lector.

O eso o lo radicalmente contrario. Es decir, sería interesante un libro memorialístico de quien ha vivido en Groenlandia, venga hielo y venga noche eterna y venga trineo y ayer me compré un forro polar y vaya sofá más cuco he puesto en el iglú, dado que probablemente nuestra vida nunca tendrá ninguna similitud con esta salvo cuando la calefacción de casa deja de funcionar en diciembre. Que a fin de cuentas genera un clima propicio para congelar una langosta. Que cocida y perfumada con un pelín de salsa nunca imaginó cuanto nos haría gozar.